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jueves, 6 de julio de 2017

Un fotógrafo entre España y Cuba

Por G_nkerbell

José Gómez de la Carrera, es conocido como el más célebre corresponsal de la Guerra de Independencia cubana por sus imágenes de la campaña tomadas a campo abierto. Nacido en España, se trasladó a la capital cubana en 1885. Se convirtió en fotorreportero en una época en que los fotógrafos tenían que fabricar sus propias placas en el cuarto oscuro y sensibilizarlas momentos antes de colocarlas en la cámara, para revelarlas inmediatamente después. El fotógrafo, sin embargo, se dedicó a la tarea y lograba imágenes exclusivas por su amistad con los importantes militares mambises que conocía durante la guerra o por sus relaciones con las autoridades intervencionistas norteamericanas 

José Gómez de la Carrera, un maestro del lente nacido en España y posteriormente cubanizado, muy destacado en el siglo XIX, fue un fotógrafo español, quien se supone, introdujo la fotografía instantánea en Cuba y es conocido como el más célebre corresponsal de la Guerra de Independencia cubana por sus imágenes de la campaña tomadas a campo abierto. Nacido en España, se trasladó a la capital cubana en 1885, cuando existían en la ciudad 18 galerías fotográficas y raramente se veía a algún fotógrafo retratar fuera de ellas, pero no obstante, Gómez logró cambiar ese concepto.

El fotógrafo, durante toda su vida estuvo vinculado a la fotografía comercial, con la promoción de casas de aristócratas, de negocios y fábricas, de ventas, a la fotografía social, con el trabajo que realizó con el profesor Carlos de la Torre para ilustrar los libros de Historia y Geografía, a la fotografía de guerra, con  reportajes sobre la Guerra permitieron ofrecer imágenes en todo el mundo y se conservan en afamados archivos como el Archivo General Militar de Madrid, la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, el Instituto Smithsoniano y en la Biblioteca Nacional José Martí y, finalmente, a la fotografía de estudio con retratos de la alta sociedad.

Gómez, sin embargo, colaboró como reportero con varias publicaciones de la década de 1880 como La Caricatura, La Lucha, El Fígaro, La Discusión  y Cuba y América. Además, fue el fotógrafo oficial en la investigación del hundimiento del Maine, y realizó un reportaje sobre las víctimas y su entierro. Se convirtió en fotorreportero en una época en que los fotógrafos tenían que fabricar sus propias placas en el cuarto oscuro y sensibilizarlas momentos antes de colocarlas en la cámara, para revelarlas inmediatamente después cuando estaba aún húmeda la preparación pues, de secarse, perdían su sensibilidad.

Fotografiar en la calle era complicado  y requería llevar una tienda de campaña que hiciera las veces de cuarto oscuro para preparar las placas al lado de la cámara. El fotógrafo, sin embargo, se dedicó a la tarea y lograba imágenes exclusivas por su amistad con los importantes militares mambises que conocía durante la guerra o por sus relaciones con las autoridades intervencionistas norteamericanas que lo contrataban por su dominio del idioma inglés y su ciudadanía norteamericana. La mayoría de sus fotografías se incluyeron en La revista El Fígaro, que se convirtió en una gran publicación gráfica que reflejó el quehacer nacional y particularmente la Guerra de Independencia de los cubanos. Desde sus inicios, Gómez actuó como el fotógrafo principal de la revista y corresponsal de guerra.

Luego de la invención de las placas secas fabricadas por las modernas industrias fotográficas alemanas, inglesas y norteamericanas que venían preparadas, listas para retratar y cuyas imágenes podían ser reveladas horas o días después, Gómez las utilizó para retratar las fiestas que se celebraban en las residencias y en los clubes sociales habaneros. En su vida, una de sus facetas más destacadas como fotógrafo y reportero fue el 20 de mayo de 1902, día del nacimiento de la República, cuando El Fígaro dedicó un gran espacio a la cobertura de la toma de posesión del presidente Estrada Palma y sus fotos estuvieron en primera plana.

Las vistas nocturnas muestran las luminarias eléctricas que adornaron los arcos de triunfo, parques y otros lugares de la ciudad para glorificar a la nueva República, que en ese momento era muy complicado de retratar por la baja sensibilidad de las películas y la poca luminosidad de los lentes. Para lograrlo, Gómez de la Carrera necesitó asegurar su inamovilidad y calcular la  exposición que se requería para captar las brillantes bombillas y el entorno que iluminaban.