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domingo, 27 de agosto de 2017

Akenatón y la brújula del Antiguo Egipto

Por Miss GD

Neferjeperura Amenhotep, también conocido como Ajenatón, Akhenatón o Akenatón, fue el décimo faraón de la dinastía XVIII de Egipto. Su reinado está registrado entre 1353-1336 a. C. y pertenece al periodo denominado Imperio Nuevo de Egipto. Hacia el cuarto año de su dominio, cambió su nombre a Neferjeperura Ajenatón. Desde el 2400 a. C. el dios del sol se adoraba bajo el nombre de Ra-Horajty, un dios con cabeza de halcón, coronado por el disco solar y el uraeus, con cetro uas y anj. Este era el dios de los faraones, que se llamaban sus hijos y su representación en la tierra.

Sin embargo, esta preferencia cambió a finales de la Dinastía XVII. La reunificación del Alto y Bajo Egipto en una sola corona se efectuó bajo el mando de los príncipes de Tebas, y la guía espiritual del dios tebano Amón, cuyo centro espiritual estaba en Karnak. Así, el culto a Amón (y, por tanto, su clero) ocupó su sitial dorado de preeminencia en el panteón egipcio y se transformó en el «Dios de la Victoria». Este impulso guerrero no se acabó con la expulsión de los hicsos, sino que continuó con la expansión de las fronteras hasta conquistar los territorios de Canaán y Nubia, lo que dio origen al denominado Imperio Nuevo.

Durante los reinados de Amenhotep III y Thutmose IV, la tendencia se invirtió paulatinamente, pues el clero de Amón había sido desplazado por el de Ra y se había introducido de nuevo el culto a Atón, aunque como un dios secundario. Atón, Shu y Tefnut, conformaban la tríada creadora.

Con Ajenatón, la reforma religiosa se radicalizó con la imposición de la preferencia del dios Atón sobre el resto de dioses y la prohibición del culto a Amón. El faraón intentó aminorar el poder que el sumo sacerdote y el clero de Amón habían adquirido con el tiempo. Sin embargo, este cambio no se realizó en los primeros años del reinado. El propio nombre de nacimiento del rey Amenhotep conllevaba mención al dios Amón y, al principio, ambos cultos podían coexistir libremente.

Como consecuencia de lo anterior, surgió una nueva religión, sustentada sin resquebrajamientos desde el máximo nivel político del estado. El faraón se nombró único representante en la tierra del dios, haciendo innecesaria la reconocida casta sacerdotal. El faraón con la gran esposa real oficiaban entre el pueblo y el dios Atón.

La nueva religión se caracterizaba por una fuerte abstracción y conceptualización de la deidad. Más aún, la orientación de los edificios en la ciudad que estaban dedicados a Atón no seguía ningún patrón solar o cósmico como se hacía con anterioridad, sino que se adecúa a la topografía del terreno donde se construían.

La revolución, impulsada por Ajenatón, implicó la total eliminación de las imágenes humanizadas de dioses en esculturas, relieves, muebles y otros enseres, que habían constituido de manera tradicional la principal fuente iconográfica del arte egipcio que conocemos hoy. De esa manera, la familia real se convirtió en el motivo central de las representaciones artísticas y sus figuras se podían encontrar en los altares de los templos donde antes estaban las estatuas de los dioses y siempre con el dios Atón, oficiando como protector y dador de vida.

El cambio religioso provocó también un cambio en los cánones artísticos; dando paso a la llamada revolución amarniana que significó un periodo muy interesante en el arte egipcio, pues se pasó del antiguo hieratismo monumental a un curioso y descarnado naturalismo.

Una de las principales características del nuevo arte es el cambio en este estilo de la representación. Por un lado, se abandonó el canon tradicional de representación del cuerpo humano, modificación que se mantuvo bajo sus inmediatos sucesores. Las imágenes son más naturalistas, llegando incluso a extremos descarnados. Se deja a un lado la representación idealizada, sin faltas o defectos físicos, y se remarcan algunos rasgos de forma extrema: cabezas alargadas en su parte posterior, ojos rasgados, labios gruesos, mandíbulas prominentes, cuellos largos y estilizados, vientres pronunciados y contornos redondeados que, en muchos casos, dificultan la identificación del sexo del personaje representado.

Las esculturas halladas por los historiadores del faraón herético describen una imagen nunca vista antes en cualquier otro rey: cuello alargado, hombros y torso estrecho, caderas protuberantes, labios gruesos y mentón alargado.

Otro de los cambios de la revolución de Amarna es el objeto de las representaciones. Eliminados de una vez los motivos religiosos, ya que Atón era una deidad abstracta, en el universo artístico egipcio surgiría la representación de escenas íntimas, familiares y personales. Las imágenes tradicionales del faraón destrozando a sus enemigos, fueron reemplazadas por escenas íntimas del faraón venerando a su dios, con su familia o con su Gran y famosa Esposa Real: Nefertiti.

De todos los legados del período de Ajenatón, solamente el artístico perduró tras su muerte. El legado político se extinguió, ya que durante el reinado de su sucesor el faraón niño Tutankamón, la corte regresó a Tebas. Solamente, las innovaciones artísticas del periodo de Amarna lograron sobrevivir algún tiempo tras el deceso de Ajenatón, pudiendo encontrarse rastros aún durante los reinados de Tutankamón, Ay y Horemheb.