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martes, 29 de agosto de 2017

Consumos culturales y audiovisuales en Cuba

Por Miss GD

Néstor García Canclini define el consumo cultural como un “conjunto de procesos de apropiación y usos de productos culturales en los que el valor simbólico prevalece sobre los valores de uso y de cambio, o donde al menos estos últimos se configuran subordinados a la dimensión simbólica”. En octubre del 2011, “La Gaceta de Cuba” publicó "Consumo audiovisual. Tendencias y retos", de Cecilia Liñares y Pedro Emilio Moras, investigadores del Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello (ICIC). El artículo, asentado sobre la categoría consumo cultural, alude a las redimensiones del mismo y sus implicaciones en el contexto cubano, donde se configura un espacio comunicacional que potencia intercambios, conocimiento recíproco y acceso diversificado a productos y servicios culturales.

Destaca el carácter fluido de estas prácticas, así como la convergencia y multiplicación de plataformas que facilitan el redimensionamiento de los momentos de consumo, producción y distribución. Se potencia y extiende la personalización: los usuarios pueden crear su propia parrilla de contenido, diseñar mapas según preferencias, hacer sus propias producciones, distribuirlas a través de diversas plataformas y dispositivos, regular sus tiempos de visionado. En el caso cubano, la aparición paulatina de dispositivos, y apropiaciones y usos de tecnologías, ha modificado desde las prácticas hasta las expectativas de los sujetos.

El consumo cultural no solo implica la recepción de un producto cultural determinado sino que igualmente condiciona la recepción que se hace del mismo a través de un proceso en el que intervienen las experiencias personales y los saberes culturales de cada individuo. Por ello podemos afirmar que este consumo es tan singular e irrepetible como dos gotas de agua para cada uno de los individuos que conforman una sociedad.

Aunque el consumo cultural implica participación social, pues en la socialización como proceso es donde se comparten y ponen en común los significados otorgados a los bienes que se consumen, es asimismo, un espacio de diferenciación social, que supone desde las posibilidades de acceso hasta competencias que permiten consumir. Esto crea lo que se define en la Teoría sociocultural del consumo como “grupos de inclusión y exclusión”, que adquieren real importancia en contraste con sus nociones sobre la audiencia, a la cual afirma no se debe pensar como un todo homogéneo, sino como una sociedad conformada por una gran cantidad de culturas en donde la recepción y la apropiación de los mensajes es decir, el consumo cultural, se dará de forma muy diversa.

 Por su parte, Marcelino Bisbal en La idea del consumo cultural: teoría, perspectivas y propuestas, plantea que el consumo está indisolublemente ligado con el fenómeno del mercado, y toda una racionalidad mercantil, que hasta cierto punto resulta problemática en su vinculación con el mundo de la cultura. Para este autor el tema del consumo nos lleva inmediatamente al del mercado; consumo y mercado son dos palabras problemáticas. El solo hecho de que allí resida una racionalidad mercantil u económica hace que el tema haya sido poco considerado por los «hombres de la cultura» ya sean gestores o productores; hoy sin embargo es necesario considerarlo y asumirlo con densidad teórica. Se habla de mercado de cultura porque hay consumidores de cultura.

En ese sentido, los objetos son portadores de un valor socializado por el consumidor y ellos simbolizan identidades, comportamientos, distinciones de todo tipo. El mercado se convierte en una instancia de socialización en el cual se engendran y comparten patrones de cultura. 

La sociedad cubana actual, es un campo de estudio que refleja a manera de un micro mundo lo que sucede en otras regiones del orbe. Si bien la isla tienes condiciones especiales, lo cierto es que el concepto globalizador penetra de manera contundente en los consumos culturales de los pobladores de esta región del planeta.