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jueves, 24 de agosto de 2017

La violencia en países latinoaméricanos

Por Yamy

No es noticia, Latinoamérica se alza como una de las regiones más violentas e inseguras del mundo. A menudo conocemos de hechos en países como México, Honduras, El Salvador, Brasil o Venezuela, pero lejos de los sucesos que se reflejan en la prensa hay mucho más que no llega al dominio popular. La inseguridad es factor común y consecuencia de gobiernos morosos en cuanto a la protección ciudadana. Salvaguardar al hombre debería ser prioridad de todos los factores estatales porque sin esa fuerza motriz y necesaria las sociedades pueden decaer hasta el punto irreversible de la anarquía y la deserción.

Es sabido que donde más violencia existe la vida es más hermética, y los que pueden, emigran o se confinan en sus mazmorras, pero es difícil porque a veces aunque vivamos con seguridad y creamos que nada nos puede llegar, somos los más vulnerables. El hampa siempre haya el modo de violentar. La inseguridad convierte los países en ruinosos, y sus habitantes, cansados y con miedo, llegan a acostumbrarse a esa forma de vivir, y es lo peor.

El proceso para combatirla es más complejo de lo que pensamos, y no solo basta la voluntad de algunos pocos. Casi siempre cuando una ciudad alcanza niveles tan altos de delincuencia, es porque a sus altas esferas ya se les fue de las manos. El tema no es únicamente la inseguridad de estar fuera de nuestras casas. La cuestión es que cala mucho más profundo. En todos estos países latinoamericanos existen lugares donde ni siquiera las entidades policiales tienen jurisdicción, porque la perdieron, y allí solo dominan los jefes de pandilla, o como se les llame a los individuos que organizan y tiranizan la zona, casi siempre marginal. Y precisamente su marginalidad nos lleva a encontrar relación entre el nivel cultural y la delincuencia. Claro, siempre hay sus excepciones. También influye la economía y el entorno donde crecemos. Es un círculo vicioso del cual es complicado escapar porque para muchos esa es la única forma de vida, lo incorrecto sería lo contrario.

Según reportes en medios digitales, Latinoamérica experimenta la pérdida de miles de personas al año, a manos de la violencia. Esto conlleva un altísimo costo para los distintos países porque en sus intentos por combatirlo y de proveer seguridad, los gobiernos pueden gastar sumas elevadas del PIB, sumas billonarias de dólares al año. Casualmente indican que el gasto coincide con la inversión que la región debería dedicar a mejorar su infraestructura. Por eso no es de extrañar que las zonas más complejas comúnmente suelan ser las más desprovistas de desarrollo, todo empobrecido, despintado, mugriento.

Pero, ¿cuál sería la solución si casi siempre los agentes del orden, cuando no pueden ejercer su presión es porque están implicados? Es como nadar contra la corriente, y es un proceso del que no sé si logremos salir. Tenemos una Latinoamérica desangrada por culpa de sociedades incapaces de encontrar el modo de impugnar la violencia. Los gobiernos están más centrados en el ahora, y no se toman en serio la tarea de trabajar para detener la oleada de asesinatos y otros crímenes.

El homicidio es uno de los indicadores más completos, comparables y precisos para medir la violencia. La edición de 2013 del Estudio mundial sobre el homicidio, de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, ofrece un panorama completo del homicidio intencional en el mundo, y establece que en 2012 se registró casi medio millón de personas que perdieron la vida en circunstancias violentas. Más de la tercera parte de esta estadística, un 36%, ocurrió en el continente americano, y el 66% por armas de fuego. Es en América donde se encuentran nueve de los quince países más violentos de todo el mundo.

De modo que es el crimen organizado lo que amenaza la paz y la seguridad humana en la región, viola totalmente los derechos humanos y quebranta el desarrollo económico, social, cultural, político y civil de las sociedades.

En ese entorno de delincuencia imperan las familias disfuncionales, los hogares incompletos. Muchas veces quedan niños sin la protección de los padres, ya sea porque mueren o porque resultan recluidos. Y esos niños huérfanos, en una sociedad que no los ampara, pocas veces escapan del mismo destino; y de vuelta al círculo vicioso.

En los países de Latinoamérica con mayor índice de violencia domina el desorden, los contrastes, las diferencias de clases. Contra eso es dificultoso luchar, pero un método básico para controlar el delito y promover alternativas de vidas sería con políticas de reinserción social. Buscar al individuo desprotegido y marginado, y devolverle la utilidad con propuestas certeras de estudio y trabajo. Recuperar espacios públicos y construir instituciones para la inclusión y la recreación; mejorar así la calidad de vida de los habitantes y resolver problemas desde un enfoque integral combinando la prevención con oportunidades de progreso.

Los gobiernos deberían estar comprometidos a fortalecer sus actuales e inadecuadas gestiones de justicia, que es sabido, muchas veces fomentan la corrupción, y obstaculizan el desarrollo económico y social de naciones enteras. También sería conveniente promover la capacitación y la asistencia técnica para ampliar la capacidad de las autoridades del orden para hacer frente a la delincuencia organizada. Y una tarea de primer orden pudiera ser mirar con intencionalidad a los centros penitenciarios que en muchos países se han convertido en universidades del crimen, muy alejado de su objeto social de educar y redimir a las personas vulnerables en situaciones de riesgo.