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jueves, 7 de septiembre de 2017

Diplomacia antes que armas

Por YCC

En términos de geopolítica, el mundo parece funcionar bajo ciertas reglas definidas, extrañamente ajenas a cualquier sentido común y de humanidad, y más cercanas al salvajismo de relaciones selváticas e irracionales. Bajo tamaña condición siempre se erigen voces empoderadas por argumentos económicos, políticos y generalmente militaristas, que definen y contienen los desequilibrios que imperan en nuestro planeta, pero casuísticamente, también los exacerba en escala mayor. Pero cuando se debate el caso Venezuela, fallan todos los argumentos.

No es para nadie un secreto que Estados Unidos, Rusia, China, el Reino Unido y Alemania, ejercen de reguladores del resto de las naciones (decir jueces sería asumir que la Justicia solo cabalga en unicornios o que no existe). En su alrededor orbitan otras naciones como Italia, Francia, España, gloriosas en tiempos pasados y hoy devenidas a menos; también algunos como Canadá, Japón, Australia e India, pretenden emerger como nuevos factores de poder.

Entre estos países se reparten los principales acordes del concierto de naciones y el resto suele quedar como simples teloneros. Son las voces en la determinación de cualquier problema interno que trascienda por su propio peso o por las conveniencias foráneas. Todo esto fluye bajo las aparentes aguas de un arte milenario llamado diplomacia, presente siempre, incomprensible en sus señales muchas veces, y capaz de dejar en ridículo a grandes potencias como las mencionadas, encumbrando a otras más modestas.

Hablemos del caso Venezuela. Caracas se ha mantenido en los últimos años como foco de un conflicto entre el chavismo y la oposición, y cada uno ha recibido apoyos en la arena internacional según el tono político de las partes involucradas. El giro que marcó la región suramericana, desde gobiernos progresistas o de izquierdas hacia una derecha neoliberal, limitó los asideros y aliados del gobierno de Nicolás Maduro.

Colateralmente, este cambio dejó en evidencia la real naturaleza política de gobiernos como el de Michelle Bachelet en Chile y el de Tabaré Vazquez en Uruguay, marginados definitivamente de la autopresentación que se hacen como izquierdistas.

Cada vez más hostigado Maduro, los pretendidos gendarmes arreciaron sus ataques. Se mostraron como aparentes fuerzas de poder, pero expuestos como peones de Estados Unidos. Incluso, la Europa que sigue ajena a lo que pudo ser por sí misma, y que persiste en ser sombra de Washington, se lanzó cual Can Cerbero contra Caracas.

Sin embargo, vistos los hechos, han sido infértiles sus gestiones y voluntades. Brasil tuvo que bajar los tonos para enfocarse en problemas internos que casi sacan a Temer de la presidencia y que no le garantizan estabilidad; Argentina ha debido moderar políticas económicas internas que apuntaban al neoliberalismo, so pena para Macri de seguir la ruta del último gobierno de Menem; Colombia juega a desagradecer a Caracas su papel en los diálogos de paz con la FARC-EP y el ELN; México, Perú y Panamá, marcan presión, pero son gobiernos con gestiones internas tan vulnerables y cuestionables, que carecen de cualquier respeto.

Incluso la Organización de Estados Americanos (OEA) ha sido ridiculizada en sus constantes esfuerzos por lograr sanciones contra Caracas. En cada uno de los casos mencionados, la explicación de las fallidas intenciones está en el desconocimiento de la realidad de Venezuela y sobre todo, en el infantil y errático modo de ejercer la diplomacia.

Ello ha conllevado a que la Casa Blanca se haya tenido que involucrar de forma directa y activa en la confrontación con Maduro. Pero quizás el remedio sea peor que la enfermedad, considerando la esencia y características de Donald Trump. De hecho, a su gestión diplomática se debe a que un negociador con la experiencia y avances logrados en el caso venezolano como Thomas Shannon, quedara al margen abruptamente de las conversaciones entre ambos países. También Trump, con sus sanciones contra Caracas y funcionarios del gobierno, reactivó el nacionalismo en un país que, debemos recordar, vio nacer al Libertador Simón Bolívar.

En tales condiciones, es lógico que prevalezca el desconcierto de quienes apostaban al éxito de las gestiones diplomáticas de los habituales empoderados a través de sus aliados de ocasión. Y tal es el desespero, que comienzan a buscar en terrenos inexplorados.

Cuba. Vilipendiada y señalada abiertamente por la derecha venezolana como la materia gris y cerebro tras el gobierno chavista. Hacia ella han tenido que girar los enemigos de Venezuela, conocedores de la alianza incondicional La Habana-Caracas.

Ha sido lento el avance y limitados los resultados de gestiones diplomáticas de la UNASUR y el expresidente español José Luis Rodríguez Zapatero. Peor le han idos a otras tantas propuestas de mediadores. No obstante, tal como se han expresado recientes acontecimientos, pareciera que Cuba va a caer en la mesa de conversación, diálogo o negociaciones, por interés de los gobiernos que adversan a Venezuela.

En los últimos meses han visitado La Habana los cancilleres de México, España, delegaciones oficiales de gobiernos de Panamá, Costa Rica. Cuba ha ampliado sus vínculos con la Unión Europea y su canciller logró una gira por la región que pocos mandatarios han concretado; en los próximos días Mauricio Macri visitará a Raúl Castro. De repente nos sorprendería incluso, que las acusaciones de Estados Unidos contra Cuba referidas al uso de armas sónicas contra diplomáticos norteamericanos, solo reciben la prioridad que ameritan fábulas de Narnia, de Harry Potter o de Games of Thrones.

Atención a Cuba entonces. Su protagonismo (voluntario o no), parte del diseño de una diplomacia internacional que no envidia nada a la de cualquier potencia. Cuba es el país que tiene relaciones con la mayor cantidad de naciones del mundo. Con dignos ejemplos de profesionalidad y discreción, ha mediado en negociaciones que aparentaban insalvables, como la guerra en Colombia; incluso el Vaticano (ejemplo cumbre de diplomacia), recurrió al país caribeño para lograr una histórica reunión con la Iglesia Ortodoxa Rusa. Los hechos están ahí, es solo cuestión de verlos.

Cuba está hoy en los ojos de quienes pretenden incidir en el caso venezolano, no por el papel hegemónico de Estados Unidos y Europa, sino por el prestigio de su diplomacia. No sé a ciencia cierta si de ello resultarán soluciones positivas para la situación en Venezuela, pero me genera confianza ver que en cualquiera de las soluciones posibles, comienza a ponderarse más el espacio de negociaciones con Cuba presente, que las opciones guerreristas de Washington.

Diplomacia antes que armas, es el rumbo que necesita Caracas. Y como siempre digo: mi posición, ni a la izquierda ni ala derecha; desde dentro se ve más.