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domingo, 22 de octubre de 2017

Agadez, la antigua encrucijada de caravanas

Por Janet Rios

Rebaños de cabras y mercaderes que tiran de sus burros se apresuran por el laberinto de callejuelas bordeadas de casas de arcilla. Son las cinco de la tarde y se está levantando el Harmattan. En invierno, Agadez suele quedar envuelta en una espesa nube de arena que no consigue ocultar los resplandecientes boubous (ropajes tradicionales) que lleva la gente. A lo lejos se alza el alminar de la gran mezquita, el más alto jamás construido en banco, la mezcla de arcilla y paja que le da su característico y bello color ocre a la histórica ciudad de Agadez, inscrita en el Patrimonio Mundial de la Humanidad desde 2013.

Refugiado en su palacio del siglo XV, el sultán Omar Ibrahim Omar, de 50 años, luce un contorno de ojos a base de kohol. Con su rostro enmarcado por un largo turbante de color índigo, está esperando a sus ministros. El sultán de Air –el nombre del macizo que se extiende al norte de la ciudad– es el símbolo de la autoridad tradicional y tiene un papel más moral que oicial. Se esfuerza por hacer reinar la paz y la unidad en una región de 667.779 kilómetros cuadrados de extensión. Es decir, la mitad norte de Níger. Pero el panorama internacional no juega a su favor.

Agadez, antigua encrucijada de caravanas, ciudad multicultural en la que conviven las etnias tuareg, hausa, tubu, peul y árabe, quiere recuperar su antiguo esplendor, cuando era un importante centro comercial transahariano (su nombre derivaría del término tegadast, “visita” en tamasheq, la lengua de los bereberes). La puerta del desierto del Teneré, que surcaban los bólidos del París-Dakar y los tranquilos amantes del Sáhara, vivió del turismo hasta los años noventa. Las rebeliones tuareg y el asentamiento de grupos yihadistas en los países limítrofes de Níger –Boko Haram en Nigeria, AQMI (Al Qaeda del Magreb Islámico) en Mali, Daesh en Libia– desestabilizaron la región y provocaron que la ciudad cayera en el olvido.

En el mapa del Ministerio de Asuntos Exteriores francés –el Quai d’Orsay–, Agadez resulta ser el único punto naranja (“a evitar salvo por razones imperativas”) dentro de un inmenso sector que se extiende desde Mauritania hasta Egipto, marcado en rojo (“formalmente desaconsejado”). “¡Tenemos que sacar el desierto de la zona roja!”, clama el sultán. “Agadez no es Agadez sin extranjeros. Estamos orgullosos del papel de encrucijada que ha jugado nuestra ciudad, y echamos de menos a los viajeros que nos permitían abrirnos al mundo.”

Agadez, una ciudad aislada donde los cortes de luz y agua son frecuentes y a la que le falta de todo –conviene no olvidar que Níger figura en el penúltimo puesto de la lista de 188 países del Índice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas–, parece estar asfixiándose. Sin embargo y desde hace poco tiempo, un viento nuevo sopla sobre esta bella ciudad sahariana. En diciembre de 2016 y con motivo de la celebración de la Fiesta de la Independencia en Agadez, bautizada para la ocasión “Sokni” (“exposición de la belleza” en tamasheq), Níger liberó 40.000 millones de francos CFA (60 millones de euros) para la renovación de las infraestructuras locales. Lo nunca visto. Se trataba de atraer inversiones a la ciudad y apuntalar su regreso al panorama turístico. Al anochecer, el alminar de la mezquita del sultán se ilumina como por arte de magia. Su Alteza bromea: “Es el siglo XV con luz”. Tras la iesta se han colocado paneles solares que bordean los siete kilómetros de longitud de la arteria principal de la ciudad, el bulevar Kaocen. En la plataforma del aeropuerto Mano-Dayak, empresarios, comerciantes nigerinos y expatriados europeos desembarcan a pesar de la temperatura asfixiante: 40 grados centígrados de media en una de las ciudades más calurosas del mundo. El salón VIP, recién estrenado, acoge a ministros y personalidades locales.

Agadez está saliendo de su aislamiento gracias al transporte aéreo. Desde 2014, la compañía de bandera Niger Airlines ofrece cuatro vuelos semanales desde Niamey, lo que evita un viaje infernal por los mil kilómetros de largo de la “carretera del uranio”, construida por Areva en los años 1970 para transportar el yellow cake desde las minas de Arlit, al norte de Agadez, hasta Cotonú en Benín. “Las inversiones estatales para Sokni han dado lugar a una importante transformación de la ciudad”, señala encantado Rhissa Ag Boula, antiguo jefe de los rebeldes tuareg y presidente del comité organizador de Sokni”. La implicación de la población local en la consolidación de la paz facilitará el resurgimiento de las actividades turísticas.

Se cree en ello a pesar del clima de inseguridad que se vive en Níger.” El primer vuelo entre París y Agadez fue inaugurado en 2007 con motivo de la iesta, por iniciativa de Rhissa Ag Boula. “¡En el aeropuerto todos estaban muy emocionados y lloraban de alegría!”, nos cuenta Moussa Hama Bachar, antiguo guía turístico en paro.

La ciudad acogió a unos cien visitantes que ya conocían la región pues eran sobre todo miembros de asociaciones. Pero el impresionante dispositivo militar y las directrices del Ministerio de Asuntos Exteriores francés les disuadieron de proseguir el viaje. Algo injustificado según los habitantes de Agadez: “Los atentados se cometen a cientos de kilómetros de aquí, en el triángulo fronterizo con Mali y Burkina Faso, o en la frontera entre Chad y Nigeria”, nos recuerda Mawli Dayak.