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jueves, 19 de octubre de 2017

El egoísmo es cuestión de género

Por erne91javier

Un equipo internacional de científicos realizó una nueva investigación para determinar quiénes tienden a ser más egoístas, si los hombres o las mujeres. El estudio aparece ya ha sido publicado en la revista Nature Human Behaviour. Los investigadores llevaron a cabo dos experimentos. El objetivo era averiguar si la dopamina estaba vinculada a comportamientos sociales diferentes en hombres y mujeres. Este neurotransmisor, bautizado como una de las hormonas de la felicidad, es crucial para el sistema de recompensa del cerebro. En el primer experimento participaron 56 personas divididas en dos grupos. A uno le dieron una sustancia a base de amisulprida, un medicamento que bloquea la actividad de la dopamina en el cerebro, mientras que al otro le dieron un placebo.

Posteriormente, los participantes se encontraron en una situación hipotética en la que tenían que decidir si aceptaban una gran cantidad de dinero para sí mismos o si la repartían con una persona cercana o desconocida. Los resultados mostraron que tras la toma del placebo, el 51 por ciento de las mujeres y el 40 por ciento de los hombres optaron por compartir el dinero; sin embargo, en el grupo que consumió la amisulprida, las mujeres se sintieron menos altruistas y solo el 45 por ciento prefirió hacerlo, frente al 44 por ciento entre los hombres. Los investigadores también analizaron los resultados de la tomografía que hicieron a los 40 participantes en el momento en que estaban resolviendo la tarea sobre el dinero; en ellos descubrieron que en el cerebro de las mujeres se generaba más dopamina que en el de los hombres mientras hacían elecciones prosociales. De esta manera, ambas pruebas sugieren que el sistema de recompensa del cerebro, basado en la dopamina, hace que las mujeres se comporten de forma más altruista y que los hombres sean más egoístas. No obstante, el estudio no pudo determinar si esta diferencia de comportamiento se debe a los genes o a los modelos y normas sociales. Usamos y abusamos del calificativo egoísta, en muchas ocasiones simplemente porque los otros no se pliegan a nuestros deseos. Y es que esta actitud se caracteriza por “mantener una relación exclusiva con uno mismo, preocupándose por las propias necesidades, sin interesarse por las de los demás”, explica Pedro de Torres, psicólogo clínico del Centro Vallejo-Nágera de Madrid.

Por su parte, el pensador Bertrand Russell, en su tratado La conquista de la felicidad, afirma que “el interés por uno mismo no conduce a ninguna actividad de progreso” y señala a los políticos de éxito como las personas que más fácilmente pueden cambiar su actitud de defensa de los intereses de la comunidad por los suyos propios o por el afán de poder. “En determinadas circunstancias todos lo somos, lo hemos sido o podemos llegar a serlo”, afirma la psiquiatra María Dueñas.Esta actitud se nota en personas con comportamientos muy variados. Por ejemplo, en aquéllas que, en nombre del amor auténtico, buscan que su pareja se adapte a sus deseos. También detrás de unos padres amantísimos que requieren de sus hijos grandes dosis de atención e incluso en individuos con comportamientos generosos y altruistas que, en realidad, lo único que pretenden es conseguir prestigio y reconocimiento social. Tan egoísta puede ser el que no comparte con los compañeros de trabajo una información útil para ascender como la persona que siempre perturba los planes de sus amigos porque nunca da su brazo a torcer.

Los genetistas constatan que este defecto es tan viejo como el ser humano y que somos así por naturaleza. Richard Dawkins, profesor y estuidos del tema de la Universidad de Oxford (Reino Unido), dijo en los años setenta la teoría del gen egoísta. según ésta, cualquier ser que haya evolucionado por selección natural posee esta característica. En El gen egoísta justifica su existencia como un instinto de supervivencia y de autoprotección: “nuestros genes han sobrevivido, en algunos casos durante millones de años, en un mundo altamente competitivo. Una cualidad predominante que podemos esperar que se encuentre en un gen próspero será el egoísmo despiadado”. Por su parte, Pere Puigdomenech, profesor de investigación del Instituto de Biología Molecular de Barcelona, asegura que “esta interpretación se basa en el hecho de que, en el fondo, los instintos están determinados por los genes, que tienden a reproducirse para sobrevivir. A partir de este impulso se podría explicar la evolución y el comportamiento de las especies”. Desde el punto de vista de la psicología y la psiquiatría, este comportamiento también es el resultado de una serie de variables emocionales y conductuales que se adquieren a lo largo de la vida. Algo que apoya el propio Richard Dawkins al señalar que “aunque los genes nos ordenen ser egoístas, no estamos obligados a obedecerles durante toda la vida. Hay rasgos modificables”.

Por otra parte, hay quien piensa que la sociedad actual fomenta esta conducta. Pero para Inés Alberdi, presora de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, “ahora existen en nuestro país sistemas más generosos desde el punto de vista social –el sanitario, educativo, de pensiones…– que antes de los años sesenta. Y, en cuanto a las relaciones sociales, que primen los solteros o las parejas sin hijos no quiere decir que manden los intereses personales. Al contrario, puede responder a una actitud más responsable y seria ante las circunstancias que rodean a los jóvenes, mientras que tener hijos para cubrir una dimensión afectiva podría resultar un tanto egoísta. Además, ha cambiado la forma de búsqueda de la felicidad: antes se hacía a través del matrimonio y ahora se valora más la independencia”.