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domingo, 29 de octubre de 2017

La dislexia y su posible cura

Por Darío E.

Una pesadilla puede volverse para algunos padres la entrada de sus pequeños en la etapa escolar, cuando estos empiezan a mostrar síntomas de dificultades a la hora de aprender a leer. El diagnóstico más común para este tipo de anomalía en el aprendizaje es la dislexia, un padecimiento médico descrito como dificultad al leer que interfiere en la correcta comprensión. En términos más específicos desde la psiquiatría y la psicología se le entiende como la discrepancia entre las posibilidades de aprendizaje de un individuo y su verdadero rendimiento, sin que medien en ello problemas de tipo físico, motor, o sensorial.

Hace algo más de un siglo, para los especialistas la dislexia era algo así como una ceguera genética para la lectura. Fue en 1887 que Rudolf Berlin, oftalmólogo alemán, generalizó el término por el que se le conoce hoy en día. Los factores que podrían estar implicados en el trastorno aún no quedan claros para la comunidad científica, que aduce desde causas genéticas hasta dificultades adaptativas en la escuela. Según el Centro para la Dislexia y la Creatividad de la Universidad de Yale, en el mundo de cada cinco personas, una tiene dislexia, por lo que aseguran que se trata del más común de los trastornos del aprendizaje. De ahí lo significativo de la noticia de que dos investigadores franceses de la Universidad de Rennes hayan desarrollado una teoría sobre su origen y planteen la posibilidad de crear una cura para ella.

Los científicos Guy Ropars y Albert Le Floch tomaron para su estudio dos grupos de 30 personas cada uno, el primero integrado por individuos con dislexia y el segundo con no disléxicos, a los cuales les analizaron los ojos. Sus observaciones se concentraron sobre todo en la fóvea, una pequeña fosa que se encuentra en la retina y que constituye el puto de máxima agudeza visual. Cuando observamos algo en específico, por ejemplo, lo hacemos a través de la fóvea. La fóvea, además, tiene agujeros pequeños de un máximo de 0,15 milímetros de diámetro y ahí precisamente radica la diferencia entre los disléxicos y los no disléxicos que ambos descubrieron.

Según explica el artículo publicado en la revista científica de la Real Sociedad de Londres para el Avance de las Ciencias Naturales, la mayor parte de las personas tiene un ojo dominante, del cual el cerebro prioriza la información que recibe, en detrimento del otro ojo. En alguien no disléxico el ojo dominante tiene el hueco de la fobia redondo, mientras que en el otro presenta una forma irregular. Al analizar a un disléxico se puede constatar que en ambos ojos el agujero es redond, por lo que no cuentan con ojo dominante. ¿Qué consecuencias tiene esta diferencia? Pues que el cerebro se confunda: a la vez que un ojo le trasmite una imagen, el otro, como un efecto espejo, le ofrece el reflejo de esta.

Este descubrimiento podría revolucionar las formas de diagnóstico de la dislexia, que en muchas ocasiones no manifiesta de forma obvia sus síntomas, pasando a veces años antes que un niño sea identificado como disléxico. Ahora solo sería necesario un examen ocular. Ropars y Le Floch han ido un poco más lejos, anunciando la posibilidad de desarrollar una cura: una técnica que permite eliminar ese reflejo motivo de confusión para los disléxico, a partir de la utilización de lámparas LED. La luz de estas lámparas se emite a tanta velocidad que es imposible detectarla a simple vista, pero como resultado anula ese duplicado que ocurre en el cerebro de los disléxicos cuando leen.

Es sin duda esta una noticia alentadora para padres, maestros y sobre todos, para aquellos pequeños para los que los primeros pasos en el mundo del conocimiento son una verdadera pesadilla. Sería ideal poder lograr que estos exámenes y tratamientos, una vez certificada su efectividad pudieran aplicarse a los niño en edades muy tempranas, cuando aún se han enfrentado al proceso de aprender a leer.