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martes, 3 de octubre de 2017

Lita Cabellut, una artista que revoluciona con su obra

Por Janet Rios

Hay en su obra, en esos lienzos tres veces más grandes que ella, algo terrible y sereno a la vez, el abismo y una nube. Sólo quien ha vivido puede pintar así. Manuela Cabellut Castellvi (Sariñena, Huesca, 24 de octubre de 1961), Lita Cabellut, conoció de niña en la calle en Barcelona la vida de pícaros y golfillos y sus reveses y el rigor del orfanato después. Una familia bien de la ciudad condal la adoptó, la llevó un día al Museo del Prado y allí, entre Las tres gracias de Rubens y La romería de san Isidro de Goya, le cambió la vida. Seis años después, antes de cumplir los 20, llegaba becada a la Rietveld Academie de Ámsterdam.

A finales de 2015, con ella afincada en La Haya, Artprice, el principal índice del mercado internacional del arte, publicaba su lista anual de los 500 artistas más cotizados del mundo en subasta. Cabellut, en el puesto 333, era la única mujer española, sólo superada entre los creadores patrios por Juan Muñoz y Miquel Barceló. Por alguna de sus obras, retratos de personajes como Chaplin, Coco Chanel y Camarón de la Isla o de personas anónimas de su entorno con tintes alegóricos y pintados como al fresco con una peculiar técnica que tardó cinco años en desarrollar, se llega a pagar 115.000 euros. Según The Times, entre los compradores están actores de Hollywood como Hugh Jackman o Halle Berry. Ella dice no preocuparse mucho por esas cosas.

Habiendo expuesto en Nueva York, Tokio, París o Londres, su obra sólo se ha visto dos veces en España. La primera, en El Masnou: bodegones, palomas muertas y racimos de uvas, paisajes marítimos. Tenía 16 años. La segunda, en 2013, en la Fundación Vila Casas de Barcelona. Antes y después, el silencio. Este otoño viene a saldar esa deuda con dos muestras, una retrospectiva, de nuevo en Vila Casas, y una ambiciosa exposición en el Museo de Arte Contemporáneo Gas Natural Fenosa (MAC) de La Coruña en la que lleva trabajando año y medio. Una de las citas del otoño artístico.

Su próxima exposición lleva el nombre de Testimonio, para la artista cuando hay tanta ilusión, tanto apoyo de un director de museo, tanto respeto, quiere dar lo mejor. Pero quiere dar también verdad. Y lo que se va a ver allí son seis salas que cada una es una parte de mí, un poco una autobiografía emocional: Lita en su punto alto y en su punto bajo; en su delirio, en su euforia y en su melancolía.

A esta nueva exposición le acompañan una serie de preguntas que la artista no ha dudado en contestar, tal es el caso de: ¿Usted ha vencido ya al miedo? A lo que adjuntó. No, vencido para nada. Lo he aceptado. Mis miedos tienen nombre, y al tener nombre son más pequeños. Las cosas, cuando no se conocen, se hacen monstruosamente grandes. Entre estos miedos de la artista, ella señaló que se encontraba la la soledad. Pero no la soledad de no estar acompañada, sino de no sentirse conectada con la vida, aislada de los sentimientos, la falta de libertad de pensamiento, las cárceles mentales. Eso le da un miedo terrorífico.

Lita pasó cinco años desarrollando la manera de conseguir afecto con sus pinturas. Y no sólo eso. Estuvo dos años sólo haciendo cuadros obsesivamente para poder entender esos espacios geométricos que percibe el ojo pero de los que no somos conscientes. ¿Qué es una buena composición? No es poner el objeto así o de otra forma; es la gravedad del formato, la proporción del centro en esa gravedad; creo que es algo matemático, álgebra. Ha estado muy obsesionada con eso, horas y horas, años, intentando entender cuáles son esas líneas esenciales mágicas que convierten una obra de arte en algo magnífico, qué es eso que el ojo no ve y que hace a un cuadro excepcional.

Para la pintora su primer artista favorito fue Goya. Le recordaba mucho de dónde venía. Se daba media vuelta y salía corriendo. Pero no podía evitar volver. Le conmueve la complicidad que tuvo con la sociedad en que vivió, la inteligencia, la discreción de dejar testimonio de lo que se vivió. Eso es ejemplar. De dónde venía era una difícil situación familiar de abandono por parte de su madre, prostituta, y una infancia en la calle. Hace un par de meses, dos hermanas suyas lo negaban en una página web. “Fue muy doloroso enterarme de eso”, explica la artista. Para algunas personas es difícil reconocer los malos golpes de fortuna, pero no puedes borrar lo que eres. Mi pasado es ese, ojalá hubiera sido otro. Explica por qué soy quien soy y por qué pinto lo que pinto. Lo conté una vez, pero no es algo de lo que suela hablar.

Lita pretende convertirse en una maestra en el sentido de poder reconocer las causas para poder aplicarlas. Lo que ha estado haciendo es enseñarse a sí misma a ver, y a volver a ver, y volver a ver, y ver lo que no ve. Le ofrecían exposiciones y las rechazaba porque no sentía estar preparada. Y entretanto tenía a sus hijos [hoy tiene cuatro]. Siempre ha vivido de su trabajo, ha hecho intercambios: hacía cuadros para alguien que le pagaba el alquiler, otro para alguien que le pagaba la electricidad y hasta al lechero le pagaba con un dibujito más que otro.