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miércoles, 11 de octubre de 2017

No hay pudor en el cómic underground

Por Janet

La cita es en el domicilio de Nazario (Castilleja del Campo, Sevilla, 1944), pero no responde al interfono. Está a pocos metros, en una de las terrazas de la Plaça Reial de Barcelona, acompañado por un grupo de veinteañeros. Sobre la mesa circulan libros y cómics en busca de dedicatoria, y reconforta observar el respeto con que los jóvenes rodean a un mito de nuestro tebeo underground. “Han venido con una amiga y no conocían Anarcoma”, me dice, y le planteo si no se llevarán un susto. “No, hombre, si con pasar un par de páginas ya sabes de qué va”. Aprovecho para confesar que yo lo leía en mi adolescencia sin sentir perturbación, algo que sí me provocaba la Valentina de Guido Crepax. “Eso es porque eres un perverso”, zanja con sorna.

Nazario Luque se trasladó a Barcelona en 1972 y junto con Mariscal, Pepichek y los hermanos Farriol creó El Rollo, colectivo fundacional del comix marginal español. En un piso del barrio viejo formaron una comuna urbana dedicada a realizar tebeos que luego distribuían al margen de la legalidad. “Los periodistas a eso lo llamáis underground, pero era otra cosa”, matiza el autor de “La piraña divina” (Autoeditado, 1975), que fue objeto de persecución policial por la crudeza sexual de sus viñetas.

Esa etapa de su vida, en la que también se paseaba travestido por las Ramblas con su amigo Ocaña, la cuenta en “La vida cotidiana del dibujante underground” (Anagrama, 2016), aunque es la reciente publicación de “Anarcoma. Obra gráfica completa” (La Cúpula, 2017) lo que motiva esta entrevista.

El volumen reúne todas las aventuras del detective transexual que se convirtió en uno de los personajes más populares de la revista ‘El Víbora’. Cuando le contrasto la calidad de esta edición con los fanzines fotocopiados de sus inicios, se agita. “¡Han pasado cuarenta y tres años! ¡Si siguiéramos igual sería terrible!”. Nazario nos comenta que debe hacer un par de cosas antes de ir a su casa, así que lo acompañamos a una droguería de toda la vida: “Le quedan cuatro días” porque “los turistas son como Atila: lo queman todo a su paso”. Luego, a un cajero (“dinero para los novios”).

Y, finalmente, a un quiosco donde compra una revista que le pidió “hablar sobre Tom de Finlandia”. Se trata del otro gran referente del cómic gay explícito y una de sus primeras influencias. Nazario pasa rápido las páginas buscándose en las fotos. El gesto sugiere que conserva el ánimo coqueto, algo que se confirma cuando, tras subir los tramos de escalera que llevan a su piso, se acomoda en el sofá y pide al fotógrafo que espere un rato antes de ponerse a trabajar.

La contracultura barcelonesa del siglo pasado es el único movimiento que ha convertido a los dibujantes de tebeos en protagonistas destacados. Eso y su transgresión dicharachera hacen de Nazario una figura resistente al olvido de los medios. Aun así, no esperaba que su autobiografía recibiera tanta atención. “¡Me tenían frito! Todos los días me llamaban de algún programa”, pero “gracias a eso se ha vendido casi toda la tirada, que era de cuatro mil ejemplares”. Sabe que con “Anarcoma” no pasará lo mismo. “Es un cómic, y lo otro mi biografía, pero también la de Ocaña, Mariscal y la Barcelona de esos años”. Se trata de la primera entrega de una trilogía cuya continuación “se centra en mi juventud y en el ambiente homosexual clandestino de Sevilla”. Aún no tiene fecha de salida, pese a estar “entregada y supercorregida”.

La nueva edición de “Anarcoma” ha sido coloreada por el propio Nazario porque en la anterior, excepto las primeras páginas, “solo di indicaciones”; por eso, “un día me enrollé a colorear los originales”. La obra de Nazario no tuvo color hasta que apareció “El Víbora”, con ocho páginas que lo permitían. “Anarcoma” las ocupó porque “ya estaban coloreadas para una revista francesa”. El personaje venía de ‘Rampa’, una de las revistas del destape, que en 1978 publicó “seis páginas repartidas en tres números”. En aquella época podían convivir, en una misma publicación, desnudos femeninos, masculinos y viñetas de sexo homosexual explícito; hoy todo está compartimentado. “El erotismo estaba naciendo, salíamos de la nada y esas revistas cerraban a los pocos meses”.

Ante semejante panorama, era lógico pensar que ‘El Víbora’ no duraría mucho. “Tuvo la suerte de contar con nosotros, una generación nueva, con experiencia y que hacía cosas diferentes”, afirma tajante; incluso así, el beneficio fue mutuo: “Yo quería desarrollar algo con ‘continuará’ y hasta entonces no pude. Además, se aceptaba cualquier cosa que hiciéramos”.

Cuando apareció “Anarcoma”, las series con personaje eran el epicentro del cómic, algo que ya no es así. Nazario transitaba ese camino y alternaba ciclos de la serie con obras cerradas como “Salomé” (La Cúpula, 1982) o “Turandot” (Ediciones B, 1993). “Si hubiera continuado con los tebeos habría seguido así”, pero los abandonó en 1993 “porque ya estaba cansado y salió lo de la pintura”. Hace poco recuperó el guion de Anarcoma que dejó aparcado, pero no como cómic –“ya no estoy para eso”–, sino en la novela “Nuevas aventuras de Anarcoma y el robot XM2” (Laertes, 2016). Como no la he leído, me detalla el argumento, puro folletín alocado.