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lunes, 16 de octubre de 2017

Un gran cambio de Horizontes en Montreal

Por Janet

Su chalet verde con jardín y piscina solo está a cinco minutos a pie de la estación de tren. A unos cientos de metros de ahí, la vía ciclista que penetra en el bosque conduce al Parque Nacional de Oka y a su playa de arena dorada, que invita a bañarse en las aguas del lago de las Dos Montañas. Antes de que naciera su primer hijo, Rachel Tousignant, de 37 años, encargada de proyecto, y Frédéric Ouellet, un mecánico de 32 años, se mudaron a las Dos Montañas, dejando atrás la isla de Montreal, situada a unos 40 kilómetros de distancia: la segunda isla luvial más poblada del mundo después de Manhattan, encerrada entre los ríos San Lorenzo y la Rivière des Prairies. Para la pareja se acabaron el estrés de tener que retirar la nieve del coche en invierno bajo pena de multa y los problemas de aparcamiento.

En tren, Rachel tarda menos en llegar a su oficina en el centro de la ciudad que cuando residía en Anjou, un distrito mal comunicado con el metro. Aquí, una casa cuesta de media unos 195.000 euros, frente a 336.000 en la metrópoli. Irresistible. ¿El extrarradio de Montreal está pasado de moda, quétain como dicen aquí? ¿Sus habitantes son personajes destrozados, como en Mommy, la película del actor y director quebequés Xavier Dolan? Ya no. Hace 30 años, y según cifras oiciales, el 60% de la población del área metropolitana de Montreal residía dentro de la isla. Pero hoy en día solo suponen el 41%. Ahora la gente vive en Longueuil o Boucherville, en la margen sur, y SaintJérôme, Saint-Colomban o Mirabel, en la margen norte. Con esta importante pérdida de población, la isla de Montreal, una tierra en forma de bumerán con 50 kilómetros de largo y 16 kilómetros en su punto más ancho, tiene que reaccionar.

Crear empleo. Contar con la juventud de su población cosmopolita y las nuevas tecnologías. Este año, con motivo de la conmemoración de sus 375 años de existencia, se reinventa. Es un fenómeno desconocido para España: la isla de Montreal, de 1,7 millones de habitantes, y una alineación de pequeños pueblos con sus propias historias, está siendo impulsada por... su extrarradio.

No hay barriadas ni apenas barrios sin ley que sufran pobreza y paro; más bien hay un paisaje de casas unifamiliares. Es el territorio de la clase media francófona con hijos: el extrarradio de Montreal poco tiene que ver con el de nuestras ciudades. Y hoy en día, la vida ahí está dando un giro totalmente nuevo. “Se acabaron las ciudades dormitorio desprovistas de vida social”, constata el urbanista Gérard Beaudet. “Ahora la periferia urbana ofrece a sus habitantes las mismas ventajas que el centro de Montreal.”

Hasta hace una década, para tomar el sol en la terraza de un café, ir al teatro, visitar galerías de arte, descubrir la nueva gastronomía, comprar en tiendas de comestibles exclusivas o disfrutar de la vida nocturna y demás festivales, los habitantes del extrarradio tenían que ir, por los numerosos puentes que unen la isla con el continente, hasta las boutiques de la calle Sainte-Catherine, al quartier des Spectacles (barrio de los espectáculos), al este del centro urbano, con sus cabarets y teatros.

Tenían que seguir el mismo ritual (es decir cruzar el río) para estudiar o trabajar. Hoy en día, varias grandes empresas se han mudado al extrarradio, como Bell Canada, una de las principales compañías de telecomunicaciones del país, que se ha instalado en la isla Iledes Soeurs (monjas), en medio del San Lorenzo. Tres universidades han construido anexos en Laval, Longueuil y Saint-Jérôme, a los pies de los montes Laurentinos. En Laval, de 400.000 habitantes, la tercera ciudad más grande de Quebec, se abren cada año tres veces más establecimientos que en Montreal.

Algunos, como el Boating Club, acondicionado en un antiguo y exclusivo club náutico, están entre los mejores restaurantes de Quebec. Sin embargo, en los años setenta, tal y como nos lo recuerda su alcalde Marc Demers, no había ni un solo restaurante en el bulevar Saint-Martin, una arteria muy bien situada.

Mientras tanto, en la isla, los comercios de la calle Saint-Denis o del bulevar Saint-Laurent que hasta hace pocos años acaparaban la moda y la decoración, se ven muy afectados. Las zonas donde reinaban la inventiva y la creación quebequesas, se van llenando rápidamente de carteles “Se alquila”. Max Wesler, uno de los responsables municipales de las políticas y estrategias residenciales. En cambio, sí está cambiando su población. La marcha hacia el extrarradio de las familias está siendo compensada por la llegada de oleadas de inmigrantes italianos, haitianos y marroquíes que, siguiendo el ejemplo de sus antepasados, se instalan en el distrito de Saint-Laurent –con más de 160 nacionalidades–, en el norte de la isla.