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viernes, 13 de octubre de 2017

Un pedazo cercenado de la vecina Argentina

Por deltoro

El barco atraviesa con rapidez las anchas aguas del Río de la Plata y durante buena parte del trayecto no se distinguen las orillas. Así parece que se navega por un verdadero mar, aunque tenga el color café de las tierras que han arrastrado los ríos Paraná y Uruguay en su recorrido por medio continente. Jorge Luis Borges decía que era un “río color de león”, y la imagen tiene algo de fantástico, lo que le viene bien a este corto viaje en el que se pasa de la inmensa y moderna Buenos Aires a la mínima y antigua Colonia del Sacramento.

Un recorrido de apenas un par de horas. Estamos en Uruguay. Llegar así a Colonia del Sacramento es una de las mejores maneras de sortear la barrera que supone este inmenso estuario, pero también de entender algunas de las diferencias que hay entre los países que ocupan cada una de sus orillas. Las propias dimensiones de ambas poblaciones parecen reproducir la de sus países: Argentina inmensa e inabarcable; Uruguay íntimo y recogido.

La historia también ayuda a encontrar las diferencias entre ambos países, algo importante para los uruguayos, a los que no les gusta que les consideren un pedacito escindido de su vecino. Durante mucho tiempo fue una tierra de nadie, perdida entre dos imperios. Al principio nadie le prestó mucha atención, pues carecía de oro y plata, pero con el tiempo sería codiciada por todos.

Colonia del Sacramento es el mejor recuerdo de la disputa entre portugueses y españoles. Con su trazado centenario intacto ha sido considerada por la UNESCO Patrimonio Mundial. Aquí, justo enfrente de Buenos Aires, los portugueses levantaron un enclave militar, apoyándose en una interpretación del Tratado de Tordesillas que delimitaba las fronteras entre ambos imperios. El gobernador de Río de Janeiro que eligió el lugar en 1680 era consciente de su valor estratégico.

Pero lo importante ahora es lo que queda, un lugar en el que es fácil sentir el peso del tiempo al atravesar la puerta de Campo, en la muralla que todavía circunda buena parte del Barrio Histórico. Desde lo alto del faro se distingue perfectamente el conjunto, en el que hay varias iglesias –la Matriz es la más antigua de Uruguay– y conventos y donde se ha abierto un buen puñado de museos.

A principios del siglo pasado, a unos cinco kilómetros de distancia, se construyó un extraño complejo turístico que incluía hipódromo, frontón de jai alai (cesta punta) y plaza de toros. Esta se inauguró en 1910 con la mala fortuna de que las corridas se prohibieron dos años después. Era una época de reformas que harían de Uruguay un líder mundial en muchos temas sociales y políticos. Habrá quien considere la prohibición de la siesta taurina como algo anecdótico, pero la corriente de reformas era imparable.

En 1913 se aprobó la ley que permitía a las mujeres solicitar el divorcio, y en 1919 la nueva Constitución declaraba solemnemente la separación total entre Iglesia y Estado, que se consideraba herencia del pasado colonial. Ello condujo a renombrar festividades como la Navidad, que pasó a ser el Día de la Familia, o la Semana Santa, que ahora se conoce como Semana de Turismo o Semana Criolla. Estas últimas no son denominaciones sin sentido. La primera promueve el descanso en las 104 playas y en los balnearios y la segunda es una llamada a conocer el interior del país, el campo gaucho, con su folklore y sus actividades tan diferentes de las que se viven en el día a día de Montevideo.

En Colonia del Sacramento se puede apreciar el estado ruinoso de la plaza de toros como símbolo de los cambios impulsados por los Gobiernos de José Batlle (1903-1907 y 1911-1915), entre los que destaca también la implantación de los derechos de los trabajadores. Pero también fue el escenario de la peor página de la historia local, ya que este puerto era uno de los centros de tráico de esclavos más importantes de toda América del Sur. Como resultado de ello hoy una parte signiicativa –entre el 8% y el 10%– de la población uruguaya es de ascendencia africana. Una proporción semejante puede tener aporte genético indígena, sobre todo de las etnias charrúa y guaraní.

La presencia afrouruguaya es evidente durante la celebración del Carnaval, pero también en numerosas ocasiones en cualquier momento del año. En Montevideo hay muchas agrupaciones locales de descendientes de esclavos que tratan de mantener vivas sus raíces. El candombe recoge la herencia africana en este país y, aunque sus danzas rituales han perdido su sentido religioso, la música de sus tambores es una llamada que retumba tanto en los desiles del Carnaval como en las protestas políticas. Su ritmo se siente ahora en el tango y la milonga, y también en el jazz o incluso en el rock local. Al caminar por los barrios Sur y Palermo es fácil oír el repiqueteo de los tres tambores chico, repique y piano–, que mantiene el recuerdo de los africanos deportados en una ciudad que a primera vista podría parecer un pedazo de Europa.

Montevideo también se mira en las aguas inmensas del Río de la Plata. La ciudad vieja se alza sobre una península que antaño es La ciudad de Montevideo parece un pedazo sacado de Europa.