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lunes, 6 de noviembre de 2017

A mentir se aprende

Por deltoro

A mentir se aprende. Así de tajantes son todos los estudios y expertos en psicología infantil, que hablan sobre uno de los temas que más preocupan a los padres: que sus hijos no les oculten algo. Los niños tienen una tendencia natural a la verdad (desde el “ese señor huele raro” al “odio las galletas de la abuela” pasando por “soy muy guapo” o “mamá dice que eres un pesado”). Lo que hay que hay que hacer es modelar la verdad con matices. Pero también las mentiras. La cosa se complica entonces a la hora de ¿cómo enseñarles la diferencia entre verdad absoluta, verdad con matices, mentiras dañinas, mentiras piadosas, secretos privados, secretillos, irrealidad y fantasía y sinceridad?

Los niños “aprenden” a decir mentiras en torno a los 3 o 4 años. O, al menos, entienden cognitivamente qué es una mentira. Inicialmente no captan esos matices (y quizás tarden varios años en hacerlo) pero a medida que su nivel cognitivo es superior y su desarrollo social y emocional crece, también lo hace su capacidad de comunicarse, de ser sincero y de ocultar pequeñas cosas.

Sin embargo, esto no es algo que se aprenda a hacer por instinto como andar o agarrar un objeto. No. A mentir se les enseña. ¿Cómo? Mintiendo los adultos. Alicia Sanzo, psicóloga clínica infantil de Valladolid, habla para SER PADRES de la importan-cia de la relación de reciprocidad entre adultos y niños para trabajar la sinceridad en la familia: “Igual que nuestros hijos suelen ser cariñosos con nosotros si nosotros nos los comemos a besos, suelen reírse en determinados juegos porque a nosotros nos hace mucha gracia, los niños que ven que en su casa hay una sana comunicación en verdad aprenderán a ser sinceros”. Y para esto existe una receta bastante eficaz: la comunicación emocional.

“No pasa nada porque nuestros hijos sepan que nosotros, sus padres, estamos nerviosos, tristes o preocupados. Eso nos humaniza y nos acerca a su realidad y a su vida, porque ellos pasan también por esas emociones. Y si no podemos enseñarles a no gritar, gritando, y a que no peguen, pegándoles, tampoco podemos enseñarles a no mentir si no ven que nosotros somos sinceros con ellos”. Así que si no cumplimos nuestra palabra o les mentimos para que hagan algo, ellos lo van a percibir y aprenderán a hacerlo por imitación, como tantas cosas.

Enseñar a nuestros hijos que un secreto y una mentira son dos cosas distintas “mediante juegos sencillos o pequeñas bromas -explica Sanzo- nos puede permitir enseñarles, por ejemplo, el valor de saber mantener su palabra”. Que un niño tenga secretos o que sepa guardarlos forma también parte de su intimidad: (No te lo puedo contar mamá, es un secreto entre mi muñeca y yo) pero siempre desde “la confianza en que cualquier cosa que les preocupe, que les haga sentir miedo, incomodidad o alguna clase de temor en casa lo pueden contar porque la verdad es un bien en sí mismo”. Por otro lado, añade la experta, “tienen que entender que la falta de honestidad tiene consecuencias, porque ellos son capaces de entender el balance entre los beneficios y los perjuicios de decir una mentira”. Además, “cuando un niño dice la verdad se queda más tranquilo, se siente liberado y aliviado porque la mentira le hace estar intranquilo, nervioso.

Tratad de llegar a la verdad con mano izquierda, ejercitando la empatía con tu hijo y desde recursos de inteligencia emocional. Si creéis que vuestro hijo oculta algo tenéis que conminarle a contar lo que pasa de modo que él sienta que la seguridad dentro de su familia es inquebrantable, que pase lo que pase se puede arreglar y que nadie en el mundo le va entender y a querer más que papá y mamá. Este tipo de herramientas hay que adaptarlas a la edad del niño, pero es esencial empezar a trabajarlo desde que son muy pequeños y conseguir que nos digan que fue él quién tiró el vaso de leche o quién pegó al hermano pequeño.

Notaréis cómo siente un alivio inmediato. Dejar de mentir en casa. Que no perciba que en casa se miente. Tal vez su predisposición a mentir haya nacido de la imitación. Si es el caso cortadlo inmediatamente. Se acabaron las mentiras también entre adultos, aunque sean piadosas o (a priori) no dañinas. Que no se sienta obligado. A la verdad hay que llegar. No le obliguéis a que os diga, no le amenacéis si no lo hace, ni le chantajeéis para que lo haga. A veces, es inevitable, pero si se siente obligado a decir la verdad tal vez logréis que os la cuente una vez, pero no conseguiréis una relación de verdadera confianza con él o acabará aprendiendo a mentir “mejor” o de manera más sofisticada

Existen ciertas consecuencias, estas no serán inmediatamente, pero vuestro hijo -sea cual sea su edad- ha de ser consciente de que las mentiras, la ocultación o la falta de sinceridad trae consecuencias. Ojo, éstas no son necesariamente castigos. Muchas veces les sirve más para tomar verdadera conciencia de sus actos que otra cosa.

Trabajar la sinceridad en la familia de manera permanente y recíproca –aunque creáis que os está mintiendo- contando a vuestro hijo qué habéis hecho hoy o si os ha ocurrido algo complicado. Hay que encontrar momentos para la conversación fluida y dialogada en casa, no tienen que ser momentos grandilocuentes o especiales. Al revés: la cena, el trayecto en coche yendo al colegio, etcétera, son ocasiones ideales para ello.