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lunes, 6 de noviembre de 2017

¿Es realmente efectiva y beneficiosa la dieta macrobiótica?

Por EvelynR

La dieta macrobiótica es popular entre pacientes de cáncer y se basa en pseudociencia. Una de las características de estas dietas fraudulentas o “dietas milagro” es que aseguran ser resultado de un reciente descubrimiento científico o basarse en planteamientos milenarios. Según la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA, en sus siglas en inglés), de la dieta macrobiótica no se tiene claro cuál es su composición y existen en ella componentes que pueden poner en riesgo la salud. Es difícil concretar en qué consiste esta dieta. El libro del 2010 No más dieta, de Julio Basulto Marset señala que la falta de rigor científico de la dieta macrobiótica comienza en sus cimientos, pues se fundamenta en la división de los alimentos por un parámetro invisible: su energía interior (yin y yang).

La dieta macrobiótica es popular entre pacientes de cáncer y se basa en pseudociencia. Una de las características de estas dietas fraudulentas o “dietas milagro” es que aseguran ser resultado de un reciente descubrimiento científico o basarse en planteamientos milenarios. Aunque la dieta macrobiótica se encuentra ubicada en este último supuesto, fue solo en 1961 cuando su creador, George Ohsawa, dio a conocer sus bases, es decir, que no es ni reciente ni milenaria. Sus fundamentos ofenden los conocimientos científico de la nutrición y de la biología humana: es un “sofisma (argumento que parece válido pero no lo es) nutricional”.

Según la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA, en sus siglas en inglés), de la dieta macrobiótica no se tiene claro cuál es su composición y existen en ella componentes que pueden poner en riesgo la salud. Es difícil concretar en qué consiste esta dieta. El libro del 2010 No más dieta, de Julio Basulto Marset señala que la falta de rigor científico de la dieta macrobiótica comienza en sus cimientos, pues se fundamenta en la división de los alimentos por un parámetro invisible: su energía interior (yin y yang).

El filósofo japonés Geroge Ohsawa que fue quien la trajo a Europa, las clasificó en diez niveles, eliminando un grupo de alimentos en cada nivel. En el nivel superior solo se puede comer arroz integral. Hay varios casos descritos de fallecimientos por intentar alcanzar este nivel. Por ello el Departamento de Alimentos y Nutrición de la Asociación Americana de Medicina condenó este método abiertamente en 1971. Felizmente pocas personas siguen las pautas propuestas por esta dieta a rajatabla.

Científicos como Cunningham y Marcason indicaron como principales características de esta dieta una presencia prioritaria de granos integrales y elevada presencia de hortalizas, aunque no tanta como la de granos integrales, un porcentaje del 5 al 10 por ciento de sopas al igual que de legumbres y algas.

La presencia de algas, la convierte en arriesgada, fundamentalmente en personas con problemas de tiroides o con riesgo de padecerlos, por el elevado contenido de yodo en numerosas algas marinas, así como el considerable contenido de arsénico en muchas algas comestibles.

Cunningham y Marcason enumeraron como riesgos potenciales de seguir una dieta macrobiótica, en primer lugar, que los promotores de la misma suelen desacreditar a la medicina y niegan avances científicos que aumentan nuestra esperanza de vida. Además, otros riesgos potenciales son la deficiencia de vitamina B12, proteínas y calcio, el riesgo de deshidratación, es de las más seguidas por personas con cáncer aunque no se ha demostrado que ayude y representa una fuerte carga emocional sobre el individuo y la familia.

Otra publicación del 2008, añadió que conviene que toda persona que lleve una dieta macrobiótica, aunque se encuentre bien, sea vista por un profesional sanitario que esté atento a posibles deficiencias nutricionales.

Relacionado con lo anterior, el libro Más vegetales, menos animales, publicado en 2016, de Juanjo Cáceres y Julio Basulto Marset, desaconseja la dieta macrobiótica, principalmente en niños. No solo por las posibles deficiencias nutricionales o la peligrosidad de la inclusión de algas en la dieta, sino además porque sus fundamentos básicos que son la división de los alimentos en yin y yang o la creencia que existen alimentos que “dan frío” o que “dan calor”, son un sinsentido sin ningún tipo de explicación racional ni sustento en investigaciones serias, lo que puede generar una confusión de impredecibles consecuencias. Explican también que las quiméricas atribuciones o promesas incumplibles que promueven quienes defienden las bondades de la dieta macrobiótica, crean falsas esperanzas, pueden generar culpabilidad en quienes la siguen o desconfianza en tratamientos médicos de eficacia probada, poniendo en riesgo la salud.

Actualmente se añaden otros dos motivos para desaconsejarla: la posibilidad de adquirir una infección alimentaria por el rechazo a la utilización de conservantes y, además, que seguirla puede resultar carísimo, comprometiendo incluso la capacidad adquisitiva del individuo. Pero el peor de los riesgos es sin dudas la muerte a causa de una severa malnutrición, algo que puede ocurrir si se sigue de forma estricta.

Investigaciones publicadas en 2003, 2013 y 2016 revelaron que la dieta macrobiótica es de las más seguidas por las personas que padecen algún tipo de cáncer. Pero no existen pruebas que hagan pensar que pueda prevenir de forma efectiva el cáncer, ni que permita curarlo o contribuir a su curación. De hecho, lo que sí existen son varios riesgos a los que se exponen los pacientes con cáncer que la sigan. Por ejemplo, la dieta macrobiótica puede retardar la aplicación de un tratamiento médico del que puede depender la vida del paciente, como sucedió con Steve Jobs, fundador de Apple. También puede deteriorar su estado psicológico por las limitaciones sociales que tiene seguir este patrón dietético, complejísimo de combinar con las comidas familiares o cualquier evento social. Las severas deficiencias nutricionales de la forma estricta de esta dieta pueden empeorar el pronóstico del paciente con cáncer seriamente. Además, el paciente se expone a un mayor riesgo de mortalidad pues la dieta macrobiótica forma parte de las llamadas “terapias alternativas”.