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miércoles, 1 de noviembre de 2017

Las emociones nocivas desde la neurociencia

Por Yamy

La envidia, la codicia, la culpabilidad, la vergüenza, el odio y la vanidad son solo algunos de los sentimientos negativos que acompañan nuestra existencia con una importancia tremenda en la historia y el destino de la humanidad. Así lo afirma Ignacio Morgado, conocido catedrático de Psicobiología del Instituto de Neurociencia y la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Barcelona. En su libro “Emociones corrosivas”, el experto reflexiona sobre esos sentimientos inherentes al hombre y afirma que son corrosivos a pesar de que en muchas ocasiones son fuente de progreso; si logran persistir en la mente pudieran destruir lentamente la salud, el estado de ánimo y el bienestar de las personas. El odio, por ejemplo, puede acabar con la convivencia.

Sobre las reacciones a los sentimientos negativos, y su capacidad hereditaria de padres a hijos, el importante especialista en psicobiología explica que de manera general existen pocos comportamientos precisos que puedan heredarse, no se trata de marcas físicas como el color de los ojos. Sin embargo sí se heredan predisposiciones. El experto refiere que científicamente los genes no marcan un destino inamovible porque somos fruto de muchos factores externos, y para ser de determinada manera necesitamos esa influencia. Lo que sí heredamos es la reactividad emocional, o sea, la forma de reaccionar, ya sea más o menos intensa ante frustraciones o contrariedades cotidianas. Es usual que durante la primera etapa de vida algunos niños se enfaden mucho, y que, incluso, se expresen con agresividad, mientras que otros pequeños ante situaciones similares reacciones más tranquilos. La reacción dependerá de otras circunstancias complejas en las que incide el ambiente de vida, la cultura, las escuelas, los maestros, la familia, los amigos, de todo ello dependerá cómo se sienta.

La envidia es uno de los sentimientos más repudiados, pero seguramente muchas veces usted habrá escuchado o ha dicho que existe una buena y otra mala. Ante esto el catedrático Ignacio Morgado ha reconocido que no todas las personas son igual de propensas a envidiar a su vecino. Y que, además, desear lo que tienen los demás es algo muy natural e incluso, sano. Si nos alegramos de los beneficios de los demás, eso es a lo que se le llama envidia sana, o benigna; en cambio la de verdad, la envidia mala, es la que hace sufrir y quema por dentro, esa no llega por desear lo que tiene el prójimo, sino que se quiere que el otro, el envidiado, no tenga su resultado. En realidad esa envidia funciona como un espejo, la persona que envidia ve en el éxito ajeno reflejadas sus propias incompetencias y frustraciones. Y esta es la causa de que muchas veces no se declare, sino que se lleva por dentro, en silencio. Es, por tanto, un proceso que se desarrolla en el entorno cercano, la proximidad puede potenciarla. Mucho se ha dicho que la envidia del amigo puede ser peor que el odio del enemigo, y en esas frases hechas hay razón.

La envidia es un sentimiento universal, no importa el país ni el grupo social, siempre existirá. Tampoco es determinante el momento histórico porque existe envidia desde que existe humanidad, y así será por siempre. Los estudiosos no han descubierto su base biológica, por eso se habla del factor cultural como esencial, las personas más envidiosas son los que han sido educadas en ambientes de envidia.

Son tiempos difíciles y pareciera que es moda no educar para la humildad, y sí para la codicia, por tanto para evitarla también es importante la educación. Un sistema educativo certero debería tener previsto enseñar las consecuencias de la codicia, mostrar cómo ese sentimiento corroe y dinamita individuos, pero también empresas y sociedades. La codicia se contrapone siempre a los mejores valores tanto de la ciudadanía como de las sociedades justas y solidarias. La clave estará en el equilibrio, pues evidentemente enseñar cómo ganar dinero puede servir tanto para crear personas exitosas como también para estimular la codicia de quienes lo aprendan. Lo positivo es que la codicia no es un sentimiento absolutamente generalizable, pues son muchas más las personas que son generosas y no muestran comportamientos obsesivos de acumulación insaciable de recursos.

Por su parte la culpabilidad y la vergüenza son herencias judeocristianas, pero son reguladores sociales mediante los cuales las personas se entienden a través del ajuste de sus motivaciones. Por ejemplo, cuando una persona hace algo “malo” y el otro nota su vergüenza, es bastante seguro que le perdone más rápido que si no muestra vergüenza. En realidad se trata de un mecanismo psicológico que ayuda a disminuir la desvalorización que podríamos tener de los demás. En ese caso, el sentimiento bueno anula el malo porque una emoción positiva es la mejor manera de eliminar una emoción corrosiva. Sobre la capacidad hereditaria de la vergüenza, el especialista afirma que lo que se hereda es la forma, la intensidad con que se expresa, pero no la emoción misma, dependerá de la cultura en se viva, no es genética. En cambio la intensidad de manifestar la vergüenza sí tiene un componente heredado.

La propensión a sentir la culpa y la vergüenza se desarrolla durante la infancia y la adolescencia. Por tanto cuando ya las personas son adultas les resultará difícil modular cómo lo sienten y expresan. Esa es la principal característica de las emociones corrosivas, no se pueden evitar, y no existen fórmulas mágicas para ello. La alternativa es razonar sobre lo que produce vergüenza o culpabilidad, y quizás así se pueda ver los acontecimientos de otra manera. La razón tiene una fuerza extraordinaria para modelar esas emociones, esa es su verdadera potencia, si razonamos podremos modificar nuestros sentimientos, y por tanto nuestro comportamiento. La única condición será tener el tiempo suficiente para razonar, teniendo en cuenta que la reacción emocional es al instante.

La mejor garantía de crear una forma racional es si empleamos la razón. Es decir, la razón es importante para gestionar las emociones, y su valor no es triunfar, porque por lo general triunfan más las emociones. El gran valor de la razón es la capacidad que tiene para modificar las emociones y ponerlas de parte de uno mismo, y a eso le llamamos “inteligencia emocional”, se trata de la capacidad de gestionar las emociones por medio de la razón.

En su libro el catedrático Ignacio Morgado plantea sustituir emociones por la razón, una idea que en apariencia va acompañada de cierta dosis de frialdad. Sin embargo él ha explicado que su principal objetivo no es hacer esa sustitución, sino explicar por qué van juntas, por qué se acoplan y se necesitan tanto la razón como las emociones, y una depende de otra. El experto indica que en un conflicto entre la emoción y la razón tendría siempre que ganar la última, pero sucede lo contrario porque la razón necesita tiempo que casi nunca tiene.

El experto también dedica un capítulo a la vanidad, y una cuestión importante y actual es el vínculo de ese sentimiento con las redes sociales, pues inciden directamente en la formación de jóvenes vanidosos, y es una realidad. La exposición a las redes sociales produce en el cerebro los mismos efectos que una droga, son altamente adictivas. La vanidad es un sentimiento de petulancia que muy en el fondo no tiene consistencia. Y ese es el motivo de por qué toda persona vanidosa termina víctima de su propio sentimiento; que es muy distinto al orgullo y a la autosatisfación que podemos sentir cuando hacemos algo bien hecho, y en ese caso un poco de vanidad no está mal. El problema llega cuando se necesita constantemente el alabo de los demás, cuando llega la egolatría, y muchas veces ese sentimiento puede evolucionar hacia la soberbia. Las personas así no son muy queridas, y ese es el castigo más grande que pueden recibir.