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domingo, 26 de noviembre de 2017

¿Qué nos oculta la palabra C-Á-N-C-E-R?

Por ElizabethF.

Si alguien le dijera que las seis letras de esta palabra—por demás un vocablo que todos tememos escuchar—pudiera representar en sí mismo la esperanza del cambio, quizá no lo creería. No sabiendo usted que es ese “cáncer” el que mata miles y miles de personas cada año en el mundo. Solo en España, cada año se diagnostican cerca de 250 mil nuevos casos, con más de 100 mil muertes. Y paradójicamente, ya ese terrible padecimiento no es sinónimo de muerte inmediata, pues incluso más del 50 % de los cánceres se curan, o se tratan logrando el paciente vivir con calidad de vida tantos años, como si no padeciera la enfermedad.

Pero vayamos por partes. La C de cáncer para nada quiere decir catástrofe. Imagínela más bien como la C de ciencia y conocimiento, pieza fundamental del avance hacia los estudios que brinden la mayoría de las pistas para hacerle frente. Hoy las principales investigaciones se centran, entre otros aspectos, en los genes alterados y las llamadas proteínas predominantes de los tumores, en lugar de la morfología. La idea es desentrañar lo que ocurre dentro de las células y en su superficie, porque ahí está el camino del diagnóstico y tratamiento temprano de la enfermedad.

No existe duda alguna que si se lograra asociar determinada proteína o una mutación a un tipo de cáncer y a su agresividad, sería mucho más fácil detectarla antes y ser más precisos en los tratamientos. Un claro ejemplo de ello lo constituye la denominada biopsia líquida, un muy específico análisis de sangre (a veces de líquido cefalorraquídeo) que está encargado de buscar esas células características del tumor, al tiempo que preserva al paciente de las biopsias sólidas, las cuales pueden ser más riesgosas y complicadas.

Por otra parte, la A de esta palabra, vamos a asumirla como de acceso, que a fin de cuentas es la mayor debilidad de los vertiginosos avances actuales. La dicotomía está en que el costo de las innovaciones es tan alto que se tema no se puedan usar para tratar a los pacientes necesitados, y esa es una batalla social que hay que librar.

La N, viene a reafirmarnos el nombre. Para ser más explícitos, pudiese ser la letra inicial de NO; de “no la llames una larga y penosa enfermedad” cuando en realidad quieres decir cáncer, y no hay motivo alguno para avergonzarse. De hecho, las personas con cáncer rechazan abiertamente el estigma que con frecuencia se asocia a la enfermedad, y que durante muchos años fuera la causa fundamental de que se ocultara.

Los estigmas y estereotipos no solo discriminan sino que lastiman; y en el caso del cáncer los ejemplos llueven. Si la persona enfermó de Todavía hay procesos mentales que discriminan y hieren: una de las clásicas preguntas cuando sabemos que alguien padece cáncer de pulmón es si era fumador; si la localización de la enfermedad es en el cérvix o el pene, casi damos por hecho de que es promiscuo; si es de colon, pues afirmamos que comía mucha carne; si el tumor sale en la boca o el hígado pues el pensamiento es que esa persona era un bebedor… y así nos vamos llenando de prejuicios.

Pues es importante saber que si bien todos estos son factores de riesgo, no son para nada los únicos y provocan en el enfermo una culpa que no le trae beneficio alguno para enfrentar el padecimiento.

Máxime cuando esa otra C podemos ver que en efecto cada día apunta más a cronificar o curar, palabras de esperanza, pues al igual que ha sucedido con el VIH los pacientes aquejados de cáncer pueden vivir con la enfermedad de forma crónica y mantener buena calidad de vida.

Y este sueño va de la mano de la E, de especialidad; pues con el aumento acelerado de los conocimientos, lo cual lleva a tratamientos cada vez más específicos, en lo que dado en llamarse la era de la medicina personalizada y cuyas potencialidades aún no se han explotado del todo, pero que promete.

Hacia el final, en esa R, que más bien puede ser un día el principio, está la esencia: la respuesta inmune: una quimera con la que han soñado los científicos por más de 50 años y que ahora es una realidad, aunque incipiente: que el propio sistema inmunitario de la persona sea capaz de eliminar un organismo extraño, que lo agrede, como es el caso de las células cancerígenas.

Una proeza, que parte de lograr entender el macabro mecanismo de estas, para pasar desapercibidas y engañar al sistema inmunitario. La era moderna ha hecho que caiga el disfraz, aunque todo nos devuelve a la C, de ciencia. Porque aún se necesita mucha para cambiar la realidad del cáncer. Las terapias combinadas tienen esa meta; pero se marcharía más a prisa, si entendemos y aprendemos, a sacar fuerzas y empeño de lo que parece más trágico. De lo que etimológicamente no podemos permitirnos que venga “el cáncer” es de cansados.