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sábado, 11 de noviembre de 2017

Una enfermedad que siempre vuelve al trauma

Por Janet

Gritos constantes en la noche, sudores frecuentes, confundir eventos presentes con pasados, tener memorias perturbadoras, llorar incontrolablemente, sentir culpa por haber sobrevivido, cargar un sentimiento de angustia generalizada. Estos son algunos de los síntomas del estrés post-traumático (abreviado EPT), uno de los trastornos más comunes y menos diagnosticados en la salud mental. Los efectos de la guerra en la mente han sido conocidos por siglos. La cobardía causada por miedo en el campo de batalla había sido diagnosticada y castigada con pena de muerte desde al menos el siglo XVIII y, a principios del XX, desde la Primera Guerra Mundial. Los soldados que tenían recuerdos terribles de los eventos ocurridos eran diagnosticados con algo denominado como “shock de bala” o, en el caso de la Segunda Guerra Mundial, como víctimas de fatiga de batalla.

Sin embargo, el sufrimiento de ninguno de estos hombres fue tomado en serio hasta por lo menos el conflicto de Vietnam. Previo a eso, cualquier persona que se sintiera perturbada o nerviosa a raíz de sus experiencias en batalla era considerada poco más que cobarde. No fue hasta principios de los 70, cuando personas regresaban de pelear en Vietnam, que la comunidad internacional y gubernamental se empezó a dar cuenta que el trastorno era real Era una época de apertura y los soldados no podían ser callados como antes. Salieron a las calles, se colapsaron emocionalmente y empezaron a hablar, con lujo de detalle, de los terrores sufridos entre los balazos. Muchos de ellos no pudieron reanudar sus vidas; muchos más se volvieron criminales.

Observando estos efectos, oficiales gubernamentales, así como expertos en salud mental, se juntaron para hacer un análisis sobre este fenómeno. No era un simple “shock de bala”, o “fatiga de guerra”, ni una crisis temporal, sino algo mucho peor. Aquí el nacimiento del EPT.El gobierno contrató a múltiples investigadores médicos para llegar al fondo del asunto. Analizaron los hallazgos de Erich Lindemann, un psiquiatra que trató a más de 600 sobrevivientes de un incendio catastrófico en Boston en 1942, así como las investigaciones de muchos otros científicos, y concluyeron algo impresionante.

El EPT no sólo era algo que afectaba a militares, sino un trastorno genuino que pegaba a cualquier persona que había sufrido de un evento traumático (definido como algo que no puede ser superado con las herramientas mentales usadas comúnmente). De este modo, todo lo que pudiera salirse de los acontecimientos normales, desde un choque hasta un desastre natural, asalto, violación, riña, perder a un ser querido, ser despedido del trabajo y mucho más, podría entrar en el estrés post-traumático.

La enfermedad apareció por primera vez en la tercera edición de El Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, en 1980, pero conforme fueron avanzando las investigaciones, los lineamientos de la misma se especificaron más. En la actualidad, para que una persona sea diagnosticada correctamente con la enfermedad, es necesario llenar, por lo menos, uno de los siguientes parámetros: Memorias angustiantes recurrentes, intrusivas e involuntarias del evento. Sueños angustiantes sobre el evento. Reacciones disociativas en las cuales el individuo siente o actúa como si el suceso estuviera volviendo a ocurrir. Angustia recurrente e intensa cuando ocurre algo que le recuerda al evento. Por supuesto hay muchos más términos de diagnóstico, pero aquí empieza todo.

Dado que prácticamente todo ser humano sufre en algún momento de un evento traumático, se podría decir todos lo padecemos. Según estudios, hasta el nueve por ciento de la población mundial está en riesgo de sufrir este trastorno, lo cual es verdaderamente alarmante. Esto es mayor que las personas que tienen diabetes y diversos tipos de cáncer. El problema es que es una enfermedad que casi no se diagnostica y se considera algo “mentalmente controlable”.

Pero no nos confundamos. El EPT es algo tan serio que puede resultar en verdaderas catástrofes. Aquí unos ejemplos: Puede ser transmitido de una generación a otra. Una madre que lo sufre puede contagiarle los traumas a sus hijos, y así posteriormente (conocidos como traumas aprendidos). Es muy difícil de curar. El tratamiento tarda años. Consiste en una combinación de medicamentos con terapia, la cual básicamente radica en enseñar al paciente que el evento fue sólo un trauma y que sí puede ser superado. A la persona se le dificulta desarrollarse adecuadamente en la sociedad. Muchas veces no pueden mantener o conseguir un trabajo, tampoco sostener una relación romántica y pierden sus habilidades sociales. La persona tiene un altísimo riesgo de suicidio. No puede olvidar el evento traumático y lo recrea una y otra vez en su mente casi sin posibilidad de olvidarlo.