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domingo, 17 de diciembre de 2017

El tango inmortal de Gardel

Por Gladys

El 11 de diciembre Carlos Gardel habría cumplido 127 años. Si bien el lugar y el año de su nacimiento siempre ha sido un tema de debate, la versión más aceptada es que nació ese día en 1890 en Toulouse, Francia. Al parecer, la confusión surge cuando en octubre de 1920, en la ciudad de Buenos Aires, Gardel acude al consulado de Uruguay y solicita la ciudadanía de ese país. Así, en los documentos de su solicitud aparece consignado que nació en 1887 en Tacuarembó, una pequeña ciudad al norte de Montevideo. El misterio se ahonda cuando un mes más tarde recibe una nueva tarjeta de identidad argentina en la que se le identifica como ciudadano uruguayo y también cuando en marzo de 1923 solicita la ciudadanía argentina, la cual obtiene un poco después.

Sus biógrafos no han logrado ponerse de acuerdo sobre las causas por las que Gardel inició estos procesos legales concernientes a su lugar de nacimiento. No obstante, la mayoría coincide en que lo hizo para evitar problemas con las autoridades francesas en ocasión de una gira artística por ese país, ya que nunca se registró, como debió haber hecho por su condición de ciudadano francés, en el servicio militar de ese país. Como quiera que haya sido y al margen de la controversia, es oportuno en este aniversario recordar su legado artístico, tan íntimamente ligado al tango, ese género musical nacido a finales del siglo XIX en la región del Río de la Plata, y que tuvo tantos intérpretes famosos; sobre todo en la primera mitad del siglo XX, una época que los estudiosos del tema dividieron en tres categorías: la Guardia Vieja (una etapa de definición musical en la que el tango adquiere identidad propia), la Guardia Nueva (una etapa de madurez, refinamiento y expansión) y la llamada ‘Edad de Oro’, en la que el tango se internacionalizó todavía más (ya en 1913 el pianista Celestino Ferrer, el bandeonista Vicente Loduca y la pareja de bailarines Casimiro y Martina, hacían furor en Europa), a través de la radio, los discos y el cine.

La lista de bailarines, músicos, compositores y cantantes que se distinguieron en esas tres etapas es extensa y prestigiosa: Francisco Canaro, compositor y director de orquesta; Gerardo Matos, autor de La comparsita; Rosita Quiroga, cantante que brilló entre las décadas del 1920 y 1930; Julio de Caro, creador de un sexteto que llevaba su nombre y que revolucionó el sonido tradicional del tango; Agustín Magaldi; Ignacio Corsini; Roberto Goyeneche; Enrique Santos Discépolo, autor de los inmortales Cambalache, Uno y Esta noche me emborracho; Aníbal Troilo, director, y Francisco Fiorentino y Floreal Ruiz, cantantes de su orquesta; Julio Sosa; Alberto Castillo; Hugo del Carril, cantante y actor; y Libertad Lamarque y Tita Merello, las más famosas intérpretes femeninas de todos los tiempos.

Pero de todos ellos, fue Carlos Gardel la figura más prominente en la historia del tango. No solo como cantante, donde brilló por la manera en que fraseaba las letras con su inconfundible voz de barítono, sino también como compositor, pues fue autor, en colaboración con Alfredo Le Pera, de varios tangos que a pesar del tiempo transcurrido todavía permanecen en el recuerdo del público, tales como Mi Buenos Aires querido, Cuesta abajo, Volver, Sus ojos se cerraron, Por una cabeza, Melodía de arrabal y El día que me quieras, y que junto con las películas en las que participó (Mano a mano, Tango Bar, Luces de Buenos Aires, Cazadores de estrellas y El tango en Broadway), hicieron que su legado artístico estuviese intrínsecamente ligado a la historia del tango. Quizá no pudo ser de otra manera. Y es que Gardel comenzó su carrera donde mismo surgió el tango: en los arrabales de Buenos Aires.

Arrabal es una palabra de origen árabe que significa “fuera de los muros”. Y es precisamente ahí, en los barrios de obreros que se hallaban en las afueras de las ciudades rioplatenses, donde el tango surge y se desarrolla. El arrabal es el alma del tango: el barrio, la escuela, los amigos, la casa natal con su “patio de estrellas” donde crecen las madreselvas, la madre abnegada, el primer amor y también el primer desengaño. Por eso sus letras, tan poéticas (aun las que utilizan el lunfardo), están repletas de nostálgicas referencias al paso del tiempo, como la de Volver, de Gardel-Le Pera (Volver con la frente marchita/ las nieves del tiempo platearon mi sien/ sentir que es un soplo la vida/ que veinte años no es nada...); a los amigos, como la de Adiós muchachos (Me toca a mí hoy emprender la retirada/ debo alejarme de mi buena muchachada); al barrio humilde de la niñez donde se conoció el amor, como la de Arrabal amargo (Ella era mi luz y ahora, vencido, arrastro mi alma/ clavado a tus calles igual que una cruz); y a los desengaños de la vida, como en Las cuarenta, una especie de manual cantado de autoayuda que describe, con sabiduría callejera, lo que podemos esperar de algunos de nuestros semejantes: La vez que quise ser bueno, en la cara se me rieron./ Cuando grité una injusticia, la fuerza me hizo callar./ La esperanza fue mi amante, el desengaño mi amigo./ Cada carta tiene contra y cada contra se da./ Hoy no creo ni en mí mismo./ Todo es truco, todo es falso y aquel,/ el que está más alto, es igual a los demás.

Después de la muerte de Gardel (ocurrida el 24 de junio de 1935 en un accidente de aviación en Medellín, Colombia) el tango siguió evolucionando. Nuevas sonoridades y temáticas aparecieron, primero de la mano de Mariano Mores y Horacio Salgán, y después de la de Astor Piazolla, el renovador por excelencia, creador de lo que se llamó “tango de vanguardia”. Sin embargo, a pesar de todas las trasformaciones estilísticas sufridas a lo largo de un siglo, el tango no ha perdido vigencia y sigue siendo lo que fue en sus inicios: la expresión de una filosofía de la vida. O como lo definió Santos Discépolo: “Un pensamiento triste que se puede bailar”. ¿Y Gardel? Bueno, Carlitos tampoco ha perdido vigencia: “Cada día canta mejor”.