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sábado, 23 de diciembre de 2017

El whiskey de origen estadounidense

Por Gladys

Cuenta la historia que George Washington, el primer presidente de Estados Unidos, hizo una fortuna produciendo whisky en su granja de Mount Vernon, en Virginia. A finales del siglo XVIII, su capataz escocés y media docena de esclavos llegaron a producir centenares de litros de aguardiente, producto de la destilación de centeno y maíz. Al American Whiskey, que se diferencia del whisky escocés por no filtrar el producto destilado ni la “e” en el nombre, se le atribuye una tradición de más de dos siglos paralela a las guerras, las recesiones, la prohibición, la música y las raíces de Estados Unidos. Cuenta la historia que George Washington, el primer presidente de Estados Unidos, hizo una fortuna produciendo whisky en su granja de Mount Vernon, en Virginia. A finales del siglo XVIII, su capataz escocés y media docena de esclavos llegaron a producir centenares de litros de aguardiente, producto de la destilación de centeno y maíz. Al American Whiskey, que se diferencia del whisky escocés por no filtrar el producto destilado ni la “e” en el nombre, se le atribuye una tradición de más de dos siglos paralela a las guerras, las recesiones, la prohibición, la música y las raíces de Estados Unidos.

Varias generaciones de Beam y Noe en Jim Beam; Samuels, en Maker’s Mark; y Russell, en Wild Turkey, han pasado sus recetas, sus secretos y su resiliencia de padres a hijos en Kentucky y Tennessee, el corazón de la Ruta del American Whiskey, que comienza su recorrido en la destilería reconstruida de Mount Vernon. Cerca de la tumba del principal padre fundador de la nación de América del Norte, a orillas del río Potomac, se ha vuelto a escuchar en la última década el ronroneo de la madera y la piedra del molino original de agua, donde se muele el centeno (65 por ciento), el maíz (35 por ciento) y la malta (5 por ciento), que reproducen la receta centenaria del George Washington Rye Whiskey.

En el otro extremo del camino y del crisol americano del güisqui (del gaélico uisce y del escocés uisge, agua) están los más de 150 años de Jack Daniels, en el diminuto condado de Moore, donde se mantiene la ley seca y se producen millones de cajas de Tennessee Whiskey, que se distingue por la filtración con carbón vegetal. Este proceso de suavización del dulzor del maíz y las alabanzas de algunos famosos han hecho de Jack Daniels una de las marcas de whisky más reconocidas a nivel mundial. “El néctar de los dioses, el mejor trago del mundo”, decía botella en mano el difunto Frank Sinatra desde el escenario, una leyenda que han aumentado otros músicos reconocidos como Jimmy Page, Mick Jagger o Tom Petty a lo largo de los años.

Y es que la evolución del whisky tiene su propia banda sonora, que se escucha desde Nashville hasta Louisville, la cuna del boxeador Mohamed Alí, las carreras de caballos del Kentucky Derby y el burbon, otra derivación del güisqui americano. “Los muchachos estaban bebiendo whisky y centeno, mientras cantaban este es el día en que moriré” (Them good ole boys were drinking whiskey and rye, singin' this'll be the day that I die), dice el estribillo de la canción de Don McLean de comienzo de los años 70 del pasado siglo, que suena al compás de los ríos y el Blue Grass Parkway, a través de las destilerías de Kentucky.

En el último siglo, el Kentucky Bourbon, un nombre que los más románticos atribuyen a los borbones franco-españoles y los más prácticos a la calle de Nueva Orleans donde empezó a comerciarse esta “agua de vida”, solo ha sacrificado de su receta original un 5 por ciento de su contenido alcohólico, para adaptarse a los paladares modernos. El burbon no se ha despegado, ni por tradición ni por ley, de la fórmula de un mínimo de 51 por ciento de maíz y maduración de dos años en barriles de roble blanco nuevo y tostado, sin colorantes ni sabores artificiales. Y se mantiene fiel al más puro Made in America, con sus cereales de Pensilvania y Ohio y sus barricas de roble americano.

Según el Consejo de Espirituosos Destilados (DISCUS), la organización que engloba a los productores norteamericanos de bebidas alcohólicas de alta graduación, el whisky generó en 2016 una cifra histórica de 3,000 millones de dólares en ventas (22 millones de cajas) y 1,5 millones de empleos directos e indirectos en Estados Unidos. En el caso del consumo internacional, aunque las cifras no pasan de los 1,000 millones de dólares anuales, el crecimiento ha sido vertiginoso en algunos países de América Latina como Chile y Panamá, donde las ventas se han duplicado, y México, donde se ha cuadriplicado en los últimos años, sobre todo como consecuencia de los acuerdos comerciales con Estados Unidos.

Según las cuentas de la firma Jim Beam, en México, Brasil, Chile y Argentina se consume el 65 por ciento del whisky que llega a América Latina. “Hay una tendencia al alza que está cambiando el consumo histórico de los espirituosos locales. El whisky conecta con una nueva generación más actual y cosmopolita”, señala Carlos Hussey, director de marketing para la región de Beam Suntory. “Toda la industria está trabajando en revitalizar el whiskey, pero todavía es un territorio muy masculino”, dijo Javier Jiménez, director general de Maxxium, una de las principales distribuidoras de bebidas alcohólicas de España, el cuarto mercado de exportación del whisky norteamericano, solo por detrás de Canadá, Reino Unido y Australia. De momento, el producto estadounidense solo representa el 1 por ciento de los 20 millones de cajas de bebidas espirituosas que se venden en España, y menos del 10 por ciento de los whiskys que se importan a América Latina. A pesar de su avance constante, al American Whiskey le queda mucha batalla frente a los tradicionales whiskys escoceses e irlandeses para prevalecer en el paladar y el imaginario de los consumidores hispanoparlantes.