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viernes, 20 de julio de 2018

El molka se convierte en un problema social

Por G_nkerbell

El fenómeno del molka, como se conoce en Corea, que no es más que grabar de manera oculta a las jóvenes, ha adquirido dimensiones tan preocupantes que la propia Administración surcoreana ha anunciado duras medidas coordinadas de cinco de sus ministerios como son Justicia, Asuntos Sociales, Trabajo, Administraciones Públicas e Interior para intentar frenarlo.

El Gobierno va a invertir unos 5.000 millones de won sólo en la revisión de los baños públicos, duchas, taquillas y lavabos de las universidades, moteles, oficinas, restaurantes, centros comerciales y otros edificios de carácter privados, incluidos residenciales, siempre que recaben en denuncias.

Par ello ha empleado unas 60 mujeres que son formadas en el manejo de los carísimos detectores de cámaras al alcance de cualquiera y en las artimañas de los criminales sexuales: periódicamente reciben un curso intensivo de actualización donde se les pone al día para que puedan salir a revisar los baños durante unas seis horas al día, tres veces por semana.

La pandemia de pervertidos espiando a mujeres suscitó una pasmante indiferencia pese a las alarmantes cifras (la última cifra hablaba de unos 6.600 actos detectados por la policía, aunque la enorme mayoría de estos sucesos pasan desapercibidos) hasta que las féminas expresaron su cansancio en las calles.

El pasado 9 de junio unas 20.000 mujeres, muchas cubiertas con máscaras para evitar ser objeto del trolling y las amenazas tomaron las calles para denunciar una situación realmente extrema en una manifestación femenina catalogada como histórica. «No somos porno coreano», «Restrinjan la venta de cámaras espía» o «Quiero orinar tranquila», eran las consignas que corearon.

Los baños, duchas y taquillas no son los únicos escenarios susceptibles: se han detectado cámaras instaladas en oficinas, archivadores, botellas de agua olvidada en estantes y cajonera, a la altura óptima para captar las piernas de las trabajadoras.

Las lentes son imperceptibles y también pueden hallarse bastante bien disimuladas en el despertador de los hoteles, mecheros, llaves de coche, gafas, bolígrafos o el ratón de la oficina: se han encontrado 163 tipos diferentes de cámaras espía -las más modernas incluyen sonido para dar realismo a la imagen- y se calcula que cada año aparecen un promedio de 40 modelos nuevos, la mayoría procedentes de la vecina China. Muchas cuestan entre 20 y 50 euros, mientras que el detector capaz de localizarlas cuesta casi 40.000.

Algunos incluso llegan a usar el móvil unido al palo del selfie para grabar bajo las faldas de las mujeres en el transporte público: algo tan común que hace varios años, el mismo Gobierno de Seúl obligó a las compañías de telefonía a instalar un audible clic cuando se accionaba la cámara aunque no tardaron en salir varias aplicaciones que lo eliminaban.

Las grabaciones no sólo están destinadas a alimentar innumerables páginas porno, que ya cuentan con su género baños, sino también a los comúnmente llamados «crímenes vengativos», donde hombres perjudicados distribuyen las grabaciones consentidas o no de sus ex parejas.

La tendencia está tan extendida que en la capital coreana, Seúl, han aparecido compañías como Santa Cruise que se especializan en borrar ese tipo de vídeos de internet, si bien la labor es realmente ardua y, en ocasiones, imposible. Cientos de miles de vídeos no autorizados circulan por incontables páginas web imposibles de controlar. La más conocida de ellas, Soranet, llegó a tener incluso un millón de visitas diarias antes de ser cerrada oficialmente por las autoridades.

El molka, convertido en un verdadero género pornográfico en la propia Corea y en Japón, se está extendiendo actualmente a otros países de la región y del orbe: en la localidad china de Sichuan fue detenido el pasado mes de junio un hombre acusado de haber instalado varias cámaras espía en un motel para parejas y de distribuir las imágenes mediante una popular red social en el país llamada QQ.