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miércoles, 23 de agosto de 2017

El estigma de un pueblo

Por Elizabeth Almeida

El mundo ha quedado nuevamente conmocionado con los sucesos ocurridos la pasada semana en Las Ramblas de Barcelona. Nuevamente el terrorismo vuelve a hacer acto de presencia en la vieja Europa y deja a su paso un imborrable rastro de muertes y dolor. Los hechos, que se fueron atribuidos por el propio Estado Islámico, otra vez ponen a los musulmanes en el ojo del huracán y la opinión pública los ataca duramente por los numerosos muertos del terrorismo. Las imágenes de un musulmán pidiendo perdón de rodillas, luego del atentado en Barcelona, han sido prácticamente invisibles para las grandes cadenas de noticia que promueven el miedo a todos los habitantes de los países árabes y a todos los practicantes del islam.

Muchos occidentales han llegado a pensar que todos los habitantes de las naciones árabes apoyan y están de acuerdo con el autodenominado Estado Islámico y las acciones que acometen principalmente en Europa aunque la realidad es muy diferente. A finales del año pasado en una de las marchas organizadas más grandes de la historia del mundo, decenas de millones de musulmanes chiítas hicieron una declaración increíblemente alentadora en contra del terrorismo. Estas personas arriesgaron sus vidas para viajar a través de las zonas en guerra para desafiar abiertamente a ISIS. Este  impactante evento masivo, que sin duda mostraba la solidaridad con el sentir de Occidente fue prácticamente pasado por alto por los medios formales del orbe.

Mujeres, hombres, ancianos y cientos de niños se dirigieron a la ciudad de Karbala en Irak con motivo de celebrar el día santo de Arbaeen. Arbaeen es el suceso que determina el final del período de duelo de 40 días después de Ashura, ritual religioso que conmemora la muerte del nieto del Profeta Mohammad Imam Hussein en el año 680 a.C. Las masivas multitudes rindieron homenaje en los santuarios del Imam Hussein y su medio hermano Abbas en Karbala, donde fueron asesinados en una revuelta contra el entonces gobernante omeya Yazeed en el lejano siglo 7 d.C. cuando se negaron a prometer lealtad al califato de Umayyad de Yazeed.

Los, sin duda alguna, valientes hombres, mujeres y niños marcharon, a sabiendas de que un atacante suicida de ISIS acababa de golpear cerca de esa ciudad la semana anterior al evento. En los últimos años, esta marcha ha sido marcada por un doble propósito. Esta multitudinaria convocatoria para Arbaeen, ahora también incluye la resistencia chiíta y la dura protesta contra los terroristas de Estado Islámico.

A pesar de la visión occidentalista de que solo Europa ha sufrido en carne propia los embates del terrorismo los cierto es que los más afectados son los habitantes de los países musulmanes. El día a día de miles de personas consiste simplemente en sobrevivir a conflictos internos y guerras con potencias como Estados Unidos y todo ello con el riesgo extra de un atentado terrorista. Las calles de Irak y Siria han visto detonar casi a diario coches bombas, suicidas o establecimientos comerciales que cobran centenares de vidas inocentes.

Extender el odio hacia toda la población árabe o musulmana es un error grave. No debemos de perder el objetivo de que no luchamos contra un país o una religión, luchamos contra el terrorismo, un acto abominable que no reconoce sexo, ni raza. Los móviles religiosos en muchas ocasiones son el pretexto para captar incautos y fanáticos que cometerán atrocidades en nombre de la fe. No debemos de cerrar nuestros ojos y poner en la misma balanza a millones de personas que comparten el mismo miedo que nosotros. Si el camino fuer ese correríamos el inmenso riesgo de volvernos a nosotros mismo unos asesinos radicales.