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martes, 17 de octubre de 2017

Joyas y protagonistas

Por Janet Rios

Al estudio-galería de este orfebre se puede llegar de tres maneras: por recomendación de amigos, por conocimiento de su nombre y obra, o porque la magia de esta ciudad arrastra indeteniblemente a cruzar sus puertas y descubrir un mundo en el cual las joyas son las protagonistas. Parado frente a estas piezas de orfebrería, pareciera que la rígida geometría de las formas se desdobla cual curioso capricho; un capricho que tiene un nombre: Jorge Gil. Importantes catálogos lo han preferido por sus singulares “esculturas para el cuerpo”, algo que no es del todo fortuito si tenemos en cuenta el compromiso de Jorge con su trabajo. Él mismo reconoce que el milagro no ocurre de otra forma que no sea despertándose “todos los días a las cinco de la mañana, poniéndole un interés profundo, siempre queriendo hacer algo mejor que lo que hice el día anterior; y eso te da el peso suficiente para que instituciones en el mundo te encuentren y conviden a participar en sus eventos”.

Pero, ¿quién es Jorge Gil? Graduado en 1978 de Diseño y Dibujo Técnico, es miembro de la Congregación de Plateros de Cuba y de la Asociación Cubana de Artesanos Artistas; además, bajo su tutela está la confección de los Premios Coral del Festival de Cine Latinoamericano.

No obstante, yo conocí que este hombre de hablar pausado pero enérgico, de talento inmenso rodeado de agradecida modestia, proviene de una pareja de matanceros sin mucho vínculo con el arte. Aún así, crecer en un ambiente rodeado de oficios como la carpintería, la sastrería y la pintura, y vincularse durante su estancia en San Alejandro a un movimiento dedicado a fabricar joyas con metales convencionales, lo hizo el artista que es hoy.

“Siempre ha sido un hombre muy ávido de conocimiento. Soy muy curioso y pienso que las personas envejecen cuando pierden esa capacidad de improvisar con la dinámica que te lleva la vida y cuando vas dejando de tener una razón cada mañana con la cual despertarte”, me cuenta durante nuestra plática en su galería ubicada en la calle Cuba, entre Amargura y Teniente Rey, en la Habana Vieja.

Jorge se define a sí mismo como un “nuevo orfebre tradicional” porque los rudimentos de su obra son los mismos que en la joyería de siempre, solo que él se vale de ciertos trucos aprendidos como dibujante mecánico. Estos le permiten crear piezas con una increíble cinética, magnéticamente atractiva a los ojos. Enmarcadas dentro de la postmodernidad, pero atemporales por completo, las joyas de Jorge Gil nacen de un material inigualable: el titanio, un metal muy ligero, capaz de soportar la prueba de la longevidad y al cual se le puede dar color.

“Hace cerca de 20 años descubrí el titanio y aún experimento con él”. Tanto el artista como el portador disfrutan de una joya que habla de quien la hizo, pero también dice de quien la adquirió para exhibirla. Con estas prendas nunca se pasa desapercibido porque es algo diferente a la cadena o la pulsera de plata u oro que todo el mundo puede tener. En el mundo, estas piezas de Jorge Gil se definen como conversation pieces, porque crean un ambiente favorable para el inicio de un diálogo; son tan llamativas que nadie se queda ajeno al efecto que crean.

Algo a tener en cuenta es que este matancero es uno de los pocos en Cuba que diseña sus joyas. Desde hace más de treinta años las crea y cuando lo hace no repara en “formar parte de una tendencia determinada, sin embargo me han escogido para esos fines porque los entendidos de la moda piensan que por alguna forma, color o composición espacial, mis joyas pueden formar parte de una colección”.

Ya sea de día o de noche, las porte una señora o una joven, llevar algo de este orfebre es una marca distintiva y única; más que una joya, una obra de arte. “Me considero un artesano que desde su poética y formación intenta que las personas vean algunas de mis piezas como obras de arte; quiero que cuando las porten como parte de su anatomía percaten de que llevan una pequeña escultura”.

Jorge tiene su cuartel en un edificio de tres plantas. La galería de abajo es un cuento de hadas tradicional, pulida, especial, embriagadoramente iluminada y destilando belleza a cada centímetro; sin embargo, el taller del piso superior, donde todo nace, encierra un duende curioso y mágico indescriptible. Saber que del caos habitual de estos espacios surgen las idílicas obras de abajo, lleva a discernir otro cuento tras las herramientas de trabajo. Esas historias son, según me cuenta Jorge, las que llevan a los visitantes extranjeros a escabullirse en su taller para descubrir el hábitat del artista.

Él mismo no se considera un hombre de éxito. “No existe el secreto. Pienso que la buena suerte no existe, solo tienes que proponerte algo y hacerlo de una manera consciente. Que cada mañana te quede claro lo que te van a deparar las horas que tú quieras dedicarle a un trabajo en ese día. Si no eres capaz de despertarte con eso estás perdido”.

De cierta forma, una frase del director japonés de cine Akira Kurosawa puede explicar la filosofía de Jorge Gil: “Si uno no puede imaginar cosas no puede hacerlas, porque simplemente todo, absolutamente todo lo que uno imagina, es real”. Este orfebre, escultor, diseñador y artista tiene esa suerte de “poder para imaginar cosas y materializar esos sueños poniéndoles todo el tesón. Y quizás la clave del éxito, si se le puede llamar así a eso que me preguntas, viene solamente en que podamos tener este diálogo.