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viernes, 6 de octubre de 2017

Lo que no utilizamos de nuestro cuerpo

Por deltoro

Aunque en la época de Darwin se entendió que descendemos del mono hay muchos despistados que siguen pensando esa estupidez — porque no supieron leer sus investigaciones. Lo cierto es que «todos descendemos de un ancestro en común» y las evidencias biológicas están presentes en nuestro cuerpo: tendones, huesos, nervios y demás órganos que alguna vez tuvieron un papel más relevante en nuestros antepasados, ahora parecen no tener función alguna. En noviembre de 1859 Charles Darwin publicó su célebre Origen de las especies, libro que incluía casi sin querer su Teoría sobre la evolución que cambió para siempre nuestro concepto de la biología y que, a pesar de las pruebas irrevocables, continúa siendo motivo de polémica para algunos religiosos, creacionistas y demás necios.

He aquí un pequeño recuento de estos curiosos lugares del cuerpo humano que rara vez le damos algún uso. En un primer lugar se podría mencionar La Costilla cervical o la llamada de Eva. Un par de costillas cervicales tal vez restos de la edad de los reptiles todavía aparecen en menos del 1% de la población, a la altura de la séptima vértebra cervical. A algunos les causan ciertos dolores en nervios o arterias pero, fuera de una protuberancia inusual, la mayoría de las veces son inofensivas.

Órgano de Jacobson: se encuentra ubicado a cada lado del tabique nasal y está revestido con quimiorreceptores que, al menos en los humanos, ya no funciona. Puede ser lo único que nos resta de una capacidad extinta de detección de feromonas.

Músculos externos de las orejas: Este trío de músculos hizo posible que los prehomínidos movieran sus orejas independientemente de sus cabezas como lo hacen los conejos y los perros. Todavía los tenemos, pero muy pocos pueden «mover las orejas.

Muelas del juicio: los humanos primitivos tuvieron que masticar muchas plantas para obtener suficientes calorías, haciendo de esa otra hilera de molares algo indispensable. Ahora sólo 5 % de la población actual tiene un conjunto saludable de estos terceros molares que, por lo regular, se sugiere extraerlos para que no empujen y deformen al resto de la dentadura.

Tubérculo de Darwin: Es un diminuto punto plegado de la piel hacia la parte superior de cada oreja que se encuentra ocasionalmente en algunas personas. Se cree que es un remanente de una forma más grande que ayudó a captar sonidos distantes a nuestros antepasados.

Músculo subclavio: este pequeño músculo, que se extiende bajo el hombro desde la primera costilla a la clavícula, sería útil si los seres humanos aún camináramos en cuatro patas. Quizás, quién sabe si alguna vez retomemos esa postura: la evolución es decir, la forma de adaptarnos al medio para sobrevivir siempre toma caminos inesperados.

El vello corporal: las cejas ayudan a evitar que el sudor caiga en los ojos; a veces el pelo facial masculino influye en la selección sexual de una pareja; pero la mayor parte del pelo que queda en el cuerpo humano no tiene ninguna función práctica salvo dolernos cuando se atora en un pliegue de ropa o cierre y se arranca de pronto.

Pezones masculinos: los conductos glactóforos se forman mucho antes de que la testosterona cause diferenciación sexual en un feto, por eso hombres y mujeres nacemos con ellos. El sexo masculino también cuentan con tejido mamario que puede ser estimulado para producir leche.

Músculos erectores del pelo: los seres humanos conservan esta capacidad la llamada piel de gallina, pero ahora que hemos perdido tanto pelo corporal, dicha reacción, que se activa en situaciones de temor o peligro para parecer más grandes o temerarios ante un posible enemigo, no tiene sentido.

Músculo plantar: situado en la región posterior de la pierna, a menudo es confundido con un nervio por los estudiantes de medicina primerizos; antes servía para agarrar objetos con los pies. Ha desaparecido por completo en 9% de la población mundial.

Costilla 13: nuestros primos más cercanos, chimpancés y gorilas, tienen más costillas que nosotros. La mayoría tenemos doce, pero 8% de la población llega a nacer con una extra.

Músculo piramidal: más del 20% de nosotros carece de este diminuto músculo triangular parecido a una bolsa que se adhiere al hueso púbico. Puede ser una reliquia de una bolsa marsupial nunca desarrollada.

Senos paranasales: los senos nasales de nuestros primeros antepasados tal vez estuvieron revestidos con receptores de olores que dieron un mayor sentido del olfato, lo que ayudó a la supervivencia. Nadie sabe por qué conservamos estas cavidades, con la excepción de que hacen la cabeza más ligera, y ayudan a calentar y humedecer el aire que respiramos.

Te preguntarás por qué no he mencionado la tan famosa apéndice. Resulta que sí lo empleamos y es muy útil, más de lo que imaginamos. Durante mucho tiempo se creyó que ese tubo estrecho y musculoso unido al intestino grueso sirvió como un área especial para digerir celulosa cuando la dieta humana consistía más en vegetales que en proteína animal, pero desde hace unos años se ha descubierto que es indispensable para recuperar las bacterias fundamentales del intestino —sobre todo después de enfermedades o infecciones graves, así como para equilibrar funciones inmunitarias. Por supuesto: si se obstruye e infecta, el único tratamiento consiste en extirparlo.