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domingo, 8 de octubre de 2017

Los juegos tradicionales, un adiós anunciado

Por Lissette Noemi

Estuvo sentada en su verde limón, contentísima, hasta hace un tiempo. Pero ahora suele verse cabizbaja a la Pájara Pinta. Los yaquis, los soldaditos, los palitos chinos, el parchís, padecen del mismo mal. Estuvo sentada en su verde limón, contentísima, hasta hace un tiempo. Pero ahora suele verse cabizbaja a la Pájara Pinta. Ella, al igual que la rueda-rueda, el arroz con leche..., también el burrito 21, los yaquis, los soldaditos, los palitos chinos, el parchís, padecen del mismo mal. Sobre el por qué a la mayoría de los infantes de hoy no les atraen los juegos tradicionales muchos padres reconocen tener gran parte de culpa en ello ya que prefieren que sus hijos se queden en casa alejados de los peligros y malos ejemplos de las calles.

Por Cuba, el antropólogo Rodrigo Espina es de los estudiosos que más ha abundado en este tópico. Mucho de investigacion respalda al asegurar sobre los juegos tradicionales en particular y la opinion de que han desaparecido casi en su totalidad. De entonces a la fecha, no parece haber cambiado para bien el panorama. Cuando José Martí escribía en 1889 para La Edad de Oro: "…los niños de ahora juegan lo mismo que los niños de antes…”, no podía imaginar el empuje arrollador que imprimiría la tecnología a toda la vida en el planeta, y muy particularmente la digital. No voy a arremeter aquí contra los videojuegos ni otros allegados. Pretender que nunca llegó aquel Mario en la primera avanzada y ahora, el Súper Mario 64 en 3D, o Dying Light, con su supervivencia y sus zombies, sería hacer como el avestruz. Y ya hay aquí más de una generación de nativos digitales. Pero lo cierto es que tantos play y gameover, tanto juego de realidad virtual, de todas formas no me hacen olvidar lo que hace cuatro años me refiriera la viceministra de Educación Irene Rivera en una entrevista: “Dime cómo juegas y te diré quién serás”. Por supuesto que si el niño juega Hatred no hay por qué hacer una equivalencia matemática a que sin remedio será un asesino psicópata –yo que usted no lo dejaba ni tocarlo-; pero si por invertir la mayor parte de su tiempo libre jugando cualquier cosa ante la PC o la consola, ya olvidó, o nunca aprendió, a jugar un cuatro esquinas, a empinar un papalote, o a jugar a la rueda-rueda –para los más chiquiticos-, entonces se ha perdido muchas cosas. No solo es doloroso extraviar los juegos de los abuelos entre laberintos de gigabytes o cabelleras de Barbie, es también perjudicial. Porque al olvidarlos, está quedando también abandonada toda una memoria y experiencia colectiva, un hermosísimo atado de tradiciones. Y eso somos, también. Los juegos infantiles tradicionales constituyen mecanismos que contribuyen a generar en el individuo procesos de identificación con su comunidad, con su región, con su país, a partir de los mecanismos de socialización inherentes a ellos”, lo asegura el doctor Rodrigo Espina, y es mucho más que una frase bien hilvanada. Claro, hoy no se la van a pasar solo saltando a la suiza o jugando al pon. Porque ya va adquiriendo tarjeta de tradición lo que al principio fuera novedad. Al punto de que, probablemente, Pac-Man sea visto ahora por los muchachos de veintipico como sus padres veían al monóculo o al bombín.

Pero es que esos padres -algunos ya hasta abuelos-, cuando niños, también saltábamos suiza y jugábamos pon, y esos muchachos igual lo hicieron de niños. Mas a partir de ahí parece haber ocurrido una grieta mediante la cual se desvaneció todo aquello. La explicación pedagógica, filosófica, ideológica, de las ventajas de los juegos tradicionales, mejor dejarla para un texto didáctico o académico, pero al menos subrayar que no es por melancolía que habría que rescatarlos, y mucho menos como absurda “curita” para pretender paliar las carencias tecnológicas con que coexistimos.

Es verdad que la economía del país está deprimida, que hay bloqueo (aún existe con toda su fuerza) y una larga lista de faltas eficacias internas, pero ya que nos vemos en la necesidad de importar los juguetes -y que no pueden ser muchos-, al menos que se haga con asesoría de quienes mejor pueden ayudar a la infancia: pedagogos, psicólogos, médicos… La cosa no está en invertir más, sino en hacerlo mejor.Los juegos tradicionales en Cuba han ido desapareciendo. Estos históricamente eran el mayor pasatiempo de niños y niñas de campos y ciudades. Muchos creen que la época tecnológica y de “nativos digitales”, es la responsables de estas pérdidas.