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viernes, 24 de noviembre de 2017

El dilema de poseer una estrella Michelin

Por ElizabethF.

Hace poco más de un año el mundo de la alta cocina tuvo que asimilar el suicidio del cocinero francés Benoît Violier. Aunque se desconocen aún las causas que llevaron al reconocido chef a quitarse la vida, muchos lo relacionan con la presión de mantener los estándares de calidad que exige la famosa Guía Michelín para repartir sus estrellas.

Así las cosas la desaparición de Violier puso nuevamente sobre el tintero la polémica sobre la rentabilidad de poseer y mantener las icónicas estrellas que califican a los restaurantes de acuerdo a la calidad, la creatividad y el cuidado que tienen con los platos que sirven en su establecimiento.

Cuando un restaurante o un hotel consiguen una estrella de esa famosa guía gastronómica francesa, inmediatamente se puede ver el efecto en su negocio, así como también cuando se pierde la estrella, ya que no son vitalicias sino que deben mantenerse.

Para ser digno de una Estrella Michelin, el local debe pasar por la aprobación de un inspector, quienes examinan en profundidad especialmente la calidad, el dominio de la técnica, la personalidad y la consistencia de la comida. A pesar del probado éxito de obtener ese reconocimiento, que puede representar un incremento de un 30% en los costes de gestión de los restaurante, muchos cocineros consideran que trabajar con la exigencia que de lucir esa distinción implica una inversión mucho mayor de dinero y tiempo, así como un desgaste físico y mental impresionante.

Poseer una, dos o hasta tres estrellas Michelín pueden dotar al lugar de un garbo apabullante y representa también la mayor carta de aval que se puede tener, pero tampoco significa la ausencia del éxito para aquellos que no tengan estrellas Michelin.

Quizá es por ellos que grandes exponentes en el entorno de los fogones y sartenes hayan abandonado concurso por obtener sus estrellas y en los casos más extremos cerrar el negocio.

Para muchos renunciar a la carrera por ganar una Michelin, puede implicar en cierto sentido la pérdida del algo de prestigio, reconocimiento, clientes y publicidad que conlleva el galardón, pero también se expresa en una mejor calidad de vida para el cocinero, menos estrés y en ocasiones un mayor vuelo creativo sin la presión de sentirse evaluado constantemente.