Enviar por email

tu nombre: email destino: mensaje:
Nombre de Usuario: Email: Contraseña: Confirmar Contraseña:
Entra con
Confirmando registro ...

Edita tu perfil:

Usuario:
País: Población: Provincia:
Género: Cumpleaños:
Email: Web:
Como te describes:
Contraseña: Nueva contraseña: Repite contraseña:

martes, 21 de noviembre de 2017

La enfermedad de estar incomunicados

Por Yamy

Estamos obsesionados por los teléfonos móviles; pareciera que tenemos una relación íntima con ellos pues no dejamos de mirarlos, todo el rato los tocamos, les hablamos, nos reímos con ellos, incluso también duermen a nuestro lado y es lo primero que buscamos al despertar. Es una dependencia extremadamente intensa nunca vista porque antes de llegar a nuestras vidas nada nos causaba tanta devoción. Por ejemplo, si hace unos años un libro nos embobaba, podíamos pasarnos horas y días leyéndolo, soñando con sus historias, pero no a tal punto del embeleso digital. Los teléfonos móviles son ahora, para muchos, lo que más ven día a día.

Las estadísticas indican que en promedio cada día revisamos 47 veces el teléfono móvil, e influye mucho la edad que tengamos, pues los jóvenes de entre 18 y 24 años pueden duplicar ese valor. Y hay quien de verdad tiene una obsesión tan marcada que con el tiempo necesita tratamiento y seguimiento psicológico para “desintoxicarse” como si de alcoholismo se tratara.

Y si nos preguntan por qué lo hacemos, tenemos todas las respuestas y a simple vista no parece que fuera malo porque gracias al teléfono móvil estamos actualizados sobre las noticias que nos interesan, nos ubica en tiempo y espacio, nos mantiene entretenidos, aprendemos, nos facilita la comunicación, nos sirve de álbum personal, y en fin, muchísimos más beneficios. A pesar de ello, y más allá de lo útil que nos pueda ser, pareciera que estuviéramos enamorados de nuestros aparaticos; y en no pocas ocasiones puede resultar excesivo. No por gusto tanto nos dicen que la tecnología, refiriéndose al móvil y demás dispositivos, interfieren en las relaciones interpersonales, en las de la vida real, las “de carne y hueso”.

Aunque ahora es tan común, la adicción al teléfono móvil no es un asunto nuevo, y son muchas las personas que se sienten dominadas por ellos, sin darle la menor importancia. Tanto es así, que estudiosos del tema afirman que al menos la mitad de la población no puede “vivir” sin su móvil. Incluso cuando ya es grave se le considera como trastorno, y tiene un nombre: nomofobia.

La crisis llega cuando, por ejemplo, nos quedamos sin batería, se nos extravía o se nos rompe, y no tenemos reemplazo inmediato. Si eso sucede y nos desesperamos e invade la ansiedad y una necesidad abrumadora por resolverlo de inmediato, al punto de un poco perder el control, entonces se trata de nomofobia, una enfermedad psicológica que aún no se reconoce como tal, pero que se caracteriza por el miedo irracional de estar sin teléfono móvil, y que en su fase más crítica puede provocar taquicardia, pensamientos obsesivos, y dolores de cabeza y estómago. Los expertos aseguran que este padecimiento es común en las personas con baja autoestima y alto nivel de inseguridad; también refieren que las mujeres suelen ser las más propensas porque casi siempre poseen más necesidad comunicativa y afectiva.

El término nomofobia proviene del anglicismo “nomophobia” que quiere decir “no-mobile-phone-phobia”, y está determinada por esa dependencia y esa sensación de incomunicación total que podemos sentir cuando nos falta ese pequeño dispositivo electrónico que ha llegado para revolucionar nuestras vidas, para bien. Es un efecto que no existía anteriormente cuando los antiguos teléfonos móviles eran más sencillos, sin tantas prestaciones. Todo empezó cuando llegó Internet y desde que podemos tenerla a nuestra disposición, al alcance de la mano, a cualquier hora, en cualquier lugar. Esa es su principal bondad.

Los nomofóbicos más necesitados revisan su teléfono cada 15 minutos, y a veces antes. Y aunque también les sucede a los adultos, y es preocupante, los adolescentes y jóvenes suelen mirar sus teléfonos móviles entre 60 y 70 veces al día, y eso significa que en una hora lo hacen ocho veces. Un equipo multidisciplinario estudió el fenómeno y encontró que si a estas personas se les quitaba el aparato fuera de la vista, en tan solo diez minutos se ponían ansiosos y empeoraban con el tiempo; y si por casualidad escuchaban el sonido de sus teléfonos y no podían revisarlos de inmediato, experimentaban mayor ritmo cardiaco y baja temperatura corporal. Sin embargo, no hay que ser muy científico ni hacer muchos ensayos para saber que existe un problema serio, solo basta ver cuánta cantidad de personas tienen en mano sus teléfonos todo el rato, caminan mirándolo, ven televisión y su teléfono móvil a la vez, y conducen sus carros prestándole demasiada atención al aparatico.

Así que si usted es de los que revisan constantemente el teléfono móvil aún cuando no le ha llegado notificación de mensaje o llamada, y se fastidia cuando pierde la cobertura o se le gasta la batería; y si se siente identificado con este padecimiento y no quiere sentirse dominado por ese desorden obsesivo compulsivo; le sugerimos que lo ideal puede ser no acudir al teléfono cuando este le avise y sí cuando se lo imponga usted mismo. Podemos desligarnos de él silenciándolo y revisándolo cada 15 minutos, que es el tiempo que normalmente demoramos sin mirarlos, y poco a poco ir aumentando minutos a cada pausa para hacerlas más espaciadas. Para que interrumpa menos las relaciones interpersonales y el normal desarrollo en nuestras casas, trabajos y reuniones sociales, sería conveniente establecer zonas prohibidas, como el comedor, la sala de televisión y el auto. Esto ayudaría a que prestemos atención a una sola actividad, y favorecería la comunicación con las personas cercanas, pues a veces las tenemos al lado y no les hacemos caso por estar pendientes de nuestro teléfono móvil. También sería bueno comprar relojes despertadores, como antes, para no obligarnos a que sea el móvil lo primero que agarremos y veamos en la mañana.

La solución no es eliminarlo de nuestras vidas, el asunto está en que nos demos cuenta de que lo estamos privilegiando y aplazando el contacto físico. La idea es usarlo conscientemente y no permitir que se convierta en el centro del universo.