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martes, 21 de noviembre de 2017

Morirnos de amor, literalmente

Por Yamy

Con el primer desamor seguramente muchos pensamos en su momento que podíamos morir de tanta tristeza, que nunca nos íbamos a recuperar y a volver a amar y ser feliz. El vacío pudo haber sido tan intenso que a veces creímos sentir algún tipo de dolor físico. Y luego con los años y la experiencia supimos que literalmente, de amor no se muere nadie, y que por mucha desazón que nos provoque, siempre, siempre, habrá una puerta más adelante. Sin embargo, los científicos aseguran que el asunto es muy distinto cuando se muere la pareja amada, pues entonces existe un riesgo real de muerte, ¡¿por amor!?

Las personas que viven mucho tiempo juntos, y pienso en mi abuelito de 94 años que enviudó a los 92 después de siete décadas de matrimonio, suelen experimentar un estado de ánimo tan bajo cuando pierden a sus parejas, que llega a relacionarse con importantes trastornos de salud, y vincularse con la tristeza y el estrés y las afecciones cardíacas, además de otros padecimientos que gravados por la avanzada edad de las personas pueden ser mortales.

Así que definitivamente sí podemos morir de amor pues sobrevivir a una pareja es considerado uno de los acontecimientos más estresantes y traumáticos de la vida, y el período más difícil es el primer año de duelo porque durante él puede aumentar el riesgo de sufrir arritmias, sobre todo cuando los seres queridos murieron repentinamente, sin enfermedad mediante o proceso previo. También durante ese primer período suelen aparecer afectaciones patopsicológicas que provocan que el corazón sea más vulnerable a alteraciones cardíacas

Gracias a un ensayo realizado por científicos de Dinamarca a 17 500 personas que habían perdido a sus parejas, se pudo detectar que durante los primeros quince días del suceso el riesgo de arritmias podía crecer hasta en un 57 por ciento. Los factores de vulnerabilidad son la edad, sobre todo cuando se pasa de los sesenta años, y la muerte súbita. Expertos indican que existe un vínculo estrecho entre la depresión y las enfermedades del corazón, y puede ser tan intenso que las personas muy deprimidas puede incrementar en un 40 por ciento el riesgo de insuficiencia cardíaca. Por ejemplo, el síndrome del corazón roto o cardiomiopatía de takotsubo, por su nombre científico, es una afección temporal provocada por el estrés repentino agudo o un choque emocional muy fuerte, y se caracteriza porque el músculo del corazón que bombea la sangre cambia repentinamente de forma y se debilita.

Vivir en pareja es un modo de vida, y condiciona la manera en que vemos el mundo y todo lo demás; y así construimos nuestra propia identidad, que llegar a ser una identidad social constituida entre dos. Si eso se fracciona de repente, después de años de “fusión”, todo se rompe, y no solo se incompleta esa pareja, se fracciona la identidad. La desaparición del otro es un drama, las personas literalmente se sienten incompletas, y no se conciben en soledad.

La neurociencia dice que el estado de ánimo tiene repercusión fisiológica. El estrés afecta nuestra salud porque el sistema nervioso es el que controla nuestro sistema inmunitario. Incluso algunos estudios demuestran la relación con ciertos procesos tumorales. Explican que cuando experimentamos una situación vital de mucho estrés nuestro cuerpo responde con la liberación de una hormona que afecta nuestra salud, sobre todo el sistema cardíaco y el inmunitario. En cambio en los jóvenes los efectos suelen ser distintos, pueden perder tono físico y tener un bajón anímico importante, pero en los adultos mayores las complicaciones pueden ser realmente graves, y fatales. Es por eso que muchas veces el viudo o la viuda no aguantan la presión y enferma o muere de repente poco tiempo después del fallecimiento de su cónyuge.

Mi suerte es que mi abuelito, con sus casi 100 años, es muy saludable a pesar de su angina de pecho, hipertensión, marcapaso, y otras afecciones menos importantes como la sordera repentina. Lleva dos años con una tristeza tremenda y duele verlo deseando reunirse con mi abuelita donde quiera que esté, si es que eso pudiera ser, porque a pesar de su dolor manifiesta sus dudas de que en realidad exista ese “después”, pues también antes creía que podía verla más allá de los sueños y se desilusionó al no distinguirla ni de refilón por toda la casa, como si esperara verla entre fantasmas.

Pero es evidente que desde entonces no es el mismo, se ha vuelto pesimista y dice que ya vive por gusto, está monotemático, taciturno, y solo recobra la alegría, a ratos, cuando hace las historias de su vida, de cómo se conocieron, y su historia de amor loco que empezó con la fuga y el agravio momentáneo a mis bisabuelos. Definitivamente, aunque lo tengamos con nosotros y tengamos la suerte de tener lúcido y activo un abuelito casi centenario, es una manera lenta de morir de amor.