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domingo, 26 de noviembre de 2017

Una nueva visión de conocimiento

Por Janet Rios

Dentro de las premisas fundamentales del origen del conocimiento o por lo menos del estudio desde un perfil de sociología del conocimiento se ubica específicamente como producto del siglo XX. Sin embargo muchos autores declaran que viene de mucho tiempo atrás entendiendo que esta se relaciona con la formación de una visión del mundo específica y la doctrina de la ideología con su deformación, busca las causas del error intelectual, más que los elementos sociales presentes en la búsqueda y percepción de la verdad. En su desarrollo para constituirse pueden señalarse cuatro momentos entre ellos se encuentra como primer eslabón el origen de los cuestionamientos sobre la naturaleza, construcción y validez del conocimiento.

En 1620 con la teoría de los ídolos la cual revela la presencia de prejuicios y valoraciones a priori que introducen errores a la hora de percibir empíricamente la realidad, poniendo en duda la idea de la verdad y abriendo la brecha para entender el conocimiento como socialmente determinado. Puso en crisis la idea del conocimiento puro. Otro momento es el de oposición racionalista ilustrados-empiristas en este sus miembros se cuestionaban la existencia de conocimiento innato, la forma en que se puede conocer la realidad, la validez de las generalizaciones y la construcción de la verdad. Los empiristas rechazan esta teoría racionalista de las ideas innatas. Consideraban que el origen y base del conocimiento no está en la razón, sino en la experiencia humana. Para ellos lo que no se puede conocer mediante la experiencia no existe.

El racionalismo insiste en el carácter ontológico de los conceptos fundamentales, la razón es quien tiene la capacidad de comprenderlos. Para los empiristas son solo una abstracción y por tanto cualquier concepto es siempre y necesariamente particular y nunca universal. Son sólo nombres y símbolos. Por otro lado el empirismo plantea que el único conocimiento valido, es la experiencia directa e inmediata de la realidad.

Como tercer momento tenemos la etapa del Positivismo con su obsesión cognitiva que hace propuestas que toman del racionalismo y del empirismo, aunque de este último en mayor medida por sus compromisos ideológicos. Aceptan el principio empirista de luchar contra la metafísica a través de la percepción sensorial de los fenómenos, pero aceptan la idea racionalista de la utilidad de las generalizaciones para producir conocimiento científico. Si no se llega a ellas, el problema de este impedimento no es ontológico sino temporal.

Someten la verdad a un criterio de validez basado en la utilidad y no en una interrogante racional (ilustrados) o metodológica (empiristas). Abrazan la idea de causalidad del conocimiento, consideran que lo que es posible afirmar es que de acuerdo a nuestra experiencia. Defienden el método inductivo, pero derivado del análisis empírico.

Por último y no menos importante sino siendo este el que más trasciende hasta la actualidad se encuentra el hecho de la confusión con la doctrina de la ideología. Sin embargo no se referían las limitaciones individuales sino a las formas en que la realidad se le presenta por las relaciones de dominación presentes, línea teórica que se convirtió en una propuesta alternativa la idea positivista del conocimiento. Esta diferenciación se basaba en una concepción que partía de concebir la sociedad desde el consenso y la otra desde el conflicto. Se ha identificado a la Sociología del Conocimiento como la doctrina de la ideología.

Podemos también decir que todas esta diferentes etapas por la que pasa la institucionalización de la sociología del conocimiento esta intrínsecamente marcada y condicionada por el contexto en el que se desarrolla. Es decir ella es hija de la coyuntura histórica de la Europa de entreguerras. En este contexto entra en crisis el optimismo ilustrado de la idea de la razón, el objetivismo al estilo positivista y hace su entrada el irracionalismo.

El siglo XIX, en medio de sus violentas luchas políticas, había conservado la esperanza en la razón como conductora de la humanidad. La idea del progreso constante e ininterrumpido de la humanidad, no sólo no se desvaneció, sino que fue reforzada enormemente. A partir de 1914, sin embargo, una serie de acontecimientos harían quebrar definitivamente la fe en el progreso. La Gran Guerra fue sin duda el más importante. Para una generación de europeos acostumbrados a creer en la razón y exhibir su civilización frente al resto del mundo, la razón de la fuerza supuso un impresionante desencanto. El destronamiento de la razón fue también consecuencia de la crisis del positivismo, un fenómeno cultural de gigantesca importancia que acaece en los veinte o treinta años que preceden a la Primera Gran Guerra. La idea central del argumento positivista, era formar una sociedad racional y construida científicamente.

La crisis del positivismo clásico no fue sólo un problema interno a la ciencia; se trataba, por el contrario, de una cuestión que afectaba por igual a creencias políticas y sociales y marcaba con un signo de desesperanza la visión del futuro de los contemporáneos. La duda lanzada sobre la creencia en la objetividad del conocimiento afectaba al tiempo la fe en la razón humana y la confianza en crear una sociedad asentada en la razón y la ciencia.