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viernes, 22 de diciembre de 2017

Honduras: el país golpeado

Por Diana M.

María Josefa llora lágrimas, lágrimas de sangre. La misma sangre que su nieto esparció en la calle principal de Tegucigalpa el maldito día en que se le escapó de casa para alzarse en la manifestación, donde ya su padre había perdido la vida. El joven enfila ahora la lista de los 34 muertos hondureños que pesan sobre el recién proclamado gobierno de Juan Orlando Hernández. El joven enfila también la larga y dolorosa lista de los miles de fallecidos que en América Latina toda, han dado su vida por luchar contra los regímenes neoliberales impuestos en la última década a la región, históricamente oprimida y explotada.

El Tribunal Supremo Electoral (TSE) de la nación centroamericana anunció recientemente, luego de 23 días de espera, que el candidato electo para ocupar la presidencia de Honduras era Hernández. La voluntad popular que proclamaba el triunfo de Salvador Nasralla era otra vez, silenciada. Ocho años después del golpe de estado a Juan Manuel Zelaya, se repetía la ecuación para los hondureños. En aquel lejano 2009 Zelaya representaba un peligro para la oligarquía nacional, el entonces presidente pretendía actualizar la carta magna del país para avalar la reelección, aun cuando según afirmaba, no pretendía postularse a otra candidatura. Pero era demasiado el riesgo, y los instintos democrático progresistas de Zelaya atentaban contra la seguridad, no del país, sino de las 10 familias que históricamente han mantenido el poder en Honduras.

Son estas 10 familias las que toman las decisiones trascendentales para la nación, controlan el Ministerio Público, el Gobierno, la Asamblea Nacional, los bancos, y toda la superestructura económica y política. Se afianzaron a mediados del siglo XX, y desde entonces hasta hoy controlan el 40 por ciento de la producción nacional. No tienen una filiación especial en términos de partidos políticos. La mayoría contribuyen con los dos partidos históricos hondureños, al punto que sus miembros han ocupado cargos de gobierno como representantes de ambas facciones. Y sucede porque ya sea uno u otro bando el que gobierne, ellos siempre imponen las reglas a conveniencia y voluntad, el Estado en Honduras es una cortina de humo, no existe, solo fortalece los poderes fácticos.

Juan Orlando Hernández forma parte de ese juego absurdo de aparente democracia.

“Como presidente electo extiendo mi mano y abro mi mente para escuchar a los demás y promover el diálogo”-ha dicho en su toma de posesión. Aseguró además potenciar acuerdos nacionales para el logro de la paz y seguridad de los habitantes (recordemos que Honduras junto al Salvador y Guatemala es uno de los países con mayores índices de violencia en América Latina). Prometió también fortalecer la estabilidad y el crecimiento económico del país, y llevar a cabo profundos cambios sociales e institucionales.

Sin embargo, lo que se percibe en la Honduras de hoy es muerte y opresión en manos de los militares. Y las que restan por venir. Porque si un mérito tiene el pueblo hondureño, es la resistencia que ha ofrecido ante el golpe de estado, ante la injusticia.

En las últimas jornadas las fuerzas militares dieron muerte a 14 personas al tirarle encima carros fantasmas, presuntamente manejados por las fuerzas policiales. Pero durante las últimas jornadas también, tuvieron lugar nuevas formas de movilización a las afueras de la embajada de los Estados Unidos y el Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas, pidiendo que detengan la represión y el baño de sangre contra el pueblo. En tanto, tienen tomadas las principales vías de comunicación entre el sur y el norte del país.

¿Por qué justo frente a la Embajada de los Estados Unidos y una institución de la Fuerzas Armadas?

En el primer caso es clara su influencia en el fraudulento proceso electoral. De hecho, ha sido el único que ha reconocido como legítimo el triunfo de Hernández frente a Nasralla. Honduras constituye un punto de alto valor estratégico para Washington. El país limita con el Salvador y Nicaragua, ambos, enemigos de los intereses norteamericanos. Además, en Honduras los norteamericanos tienen desde el gobierno de Ronald Reagan la Base Aérea Soto Cano, una plataforma de operaciones militares.

En el caso de la fuerza militar se percibe su influencia a favor de Juan Orlando, cuando tuvo lugar el accidente de uno de sus helicópteros en el que viajaba la hermana del hoy presidente. La cual, por cierto, era su jefa de estrategia electoral, e iba en el instante del accidente de un colegio electoral a otro ¿a hacer qué? ¿por qué acompañada y protegida justamente por los militares? Esta también fue una forma de hacer fraude.

Y como si fuera poco, se ha conocido que Juan Orlando Hernández es quien dirige el propio Tribunal Supremo Electoral, y la embajadora de los Estados Unidos en ese país, contó votos, los mismos que le dieron la victoria a su secuaz.

¿Y los organismos internacionales? ¿Qué papel han jugado los principales medios de comunicación?

La zona norte, donde se desarrolla industrialmente el país y se mueve el comercio hacia el resto de Honduras está totalmente paralizada, por lo que ha tenido pérdidas millonarias. Se ha proclamado estado de sitio, toque de queda, las muertes cada día se acrecientan, y en tanto, los canales locales solo transmiten una programación ajena a la realidad. En los medios internacionales de mayor alcance y relevancia solo se reflejan eventos particulares, nada sobre este suceso políticamente trascendental. Como suele suceder cuando se quiere desviar la atención de un suceso, la prensa saca al sistema de la agenda. Por ejemplo, el 10 de diciembre día internacional de los derechos humanos; la CNN transmitió el programa Choque de Opiniones, cuando en realidad no hubo ni otra cosa ni la otra, todos los invitados representaban a Hernández, ni una voz a favor de Nasralla, crearon su propia verdad.

El pueblo hondureño no se ha rendido, los más optimistas aguardan una vuelta atrás a la justicia. Eso sí, sino la hubiese y Hernández se coronara definitivamente, el país estaría sentenciado a repetir una y otra vez la misma historia, a antojo de los poderosos.