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domingo, 17 de diciembre de 2017

Los robos del género

Por Sofía

Bajo la sombra del patriarcado, las mujeres hemos sido educadas bajo diferentes valores que nos alejan de los espacios públicos en materia de relaciones sociales, donde los hombres, históricamente ocupan un lugar privilegiado. La mujer es de la casa, es la cuidadora de sus hijos, es la encargada de otorgarle a estos el afecto y la educación moral que requieren, mientras que el hombre, como ideal que aún se sigue manteniendo, es el proveedor del hogar, el sostén económico de la familia, el que no llora, entre otras cuestiones que supuestamente describen la mascunilidad. En este sentido ambos sexos han sufrido de las expropiaciones de algunos elementos en las construcciones históricas de los roles de género.

Cuando nos referimos a las expropiaciones, estamos hablando de todas aquellas cualidades, acciones, espacios y relaciones sociales que se le han arrebatado a cada uno de los sexos en la construcción social e histórica de los conceptos de masculinidad y feminidad. Producto de estas construcciones se han conformado etiquetas y estigmas, tanto para el hombre como para la mujer, que indican cómo deben verse, cómo deben actuar e incluso cómo deben pensar. Este proceso es resultado de todas las dinámicas de socialización y las aprehensiones que hemos adquirido desde la familia, la escuela, el medio social y principalmente de los medios de comunicación masiva. Los objetos y juguetes con que los niños y niñas crecen, las actividades y juegos que realizan, las distinciones que padres y maestros hacen con los niños y las niñas, van contribuyendo a la conformación de las identidades masculinas y femeninas.

A los hombres desde pequeñito se le transmiten mensajes verbales como ‘’los hombres no lloran’’ y si llora ‘’pareces una niña’’, ‘’si te dan tienes que desquitarte’’, ‘’¿Cuántas novias tienes?’’ y cosas así van condicionando las formas de ser hombre. Por el contrario a las niñas se le inculca la delicadeza y su actuación y compromiso con lo privado, lo íntimo, permitiéndole expresar libremente sus emociones, a diferencia de los niños. A las niñas, desde la familia se les muestra más afecto y cariño, mientras que con los varones estas expresiones no son tan comunes, porque se considera que esto atenta contra su mascunilidad. Estos y otros elementos que influyen en la conformación de las identidades masculinas y femeninas, en las sociedades patriarcales, han contribuido a establecer rígidos modelos o estereotipos de los géneros presentando al hombre como la figura dominante y dotado de poder y la mujer como figura dependiente, subordinada y servicial. Estos modelos contribuyen a la discriminación de todas aquellas personas que no cumplen las reglas de lo femenino y lo masculino.

A los hombres, desde niños, al no concebirlos en la intimidad y en la vida doméstica no se les enseña correctamente los conocimientos necesarios en cuanto a la sexualidad y comienzan a experimentar entonces sin protección, sin autocontrol y sin responsabilidad. Probando problemas de los que también son responsables, aunque a veces se culpe solamente a las mujeres, como por ejemplo embarazos no deseados o la transmisión de enfermedades como el SIDA. En este sentido la sexualidad constituye un campo de desencuentro entre el hombre y la mujer, donde el primero muestra su virilidad, su poder y dominación. Para los hombres, las exigencias que desde la construcción de lo masculino se le confieren, constituyen laceraciones a la personalidad y su condición humana. El no poder expresar sus sentimientos, la responsabilidad de ser el proveedor económico del hogar, el tener que cumplir con con las etiquetas y reglas sociales de que debe ser rudo, valiente, no falquear ante las adversidades, son razones que pueden provocar malestar psicológico y emocional en los hombres. Ni hablar de los que definitivamente no se ajustan a la norma social de lo masculino o lo femenino que también debe ser también, en el ideal social, heterosexual. No obstante desde hace ya unos cuantos años la tendencia social ha sido la apertura a nuevas ‘’formas de ser’’, a nuevas construcciones sociales de lo masculino y lo femenino y como último recurso la tolerancia y aceptación de la diversidad. El reto que tenemos como sociedad es continuar con esta apertura en la búsqueda de no etiquetar, de no estigmatizar, de no definir ni conceptualizar a las personas, porque la riqueza humana es infinita y sería una estupidez querer ponerle límites.