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lunes, 1 de enero de 2018

Ecuador: ¿alea jacta est?

Por Diana M.

Si algo estaba fuera de todo pronóstico en materia política es la actual crisis que vive el partido ecuatoriano Alianza País. Quién podría vaticinar las tensiones entre dos amigos, camaradas, sucesores uno del otro como Lenín Moreno y Rafael Correa. Hace apenas seis meses la izquierda ecuatoriana y latinoamericana respiraban aliviadas cuando Moreno tomaba posesión del Palacio de Carondelet. El cambio garantizaba la continuidad de una Revolución Ciudadana forjada durante 10 años de mandato (2007-2017) de los correístas. Y claro, se podía esperar que el estilo fuese otro, pero pocos imaginaban que los contrastes llegaran tan rápido y con el ritmo vertiginoso con que ocurrieron.

La mayor y mejor carta de Moreno era el hecho de haber fungido como vicepresidente de Rafael Correa, y en segundo término, estar avalado por un proyecto social en favor de las personas con discapacidad. Su condición de inválido ganó la simpatía de los ecuatorianos (Moreno fue discapacitado a causa de un balazo en su columna vertebral). Y así ganó los comicios, de la mano de su predecesor. Hicieron campaña juntos, aunque los más perspicaces pudieron ver sus críticas más incipientes desde entonces —“…las locuras de este muchacho”— dijo ante la prensa refiriéndose a Rafael.

Una vez tomado el control del país, la actitud del nuevo jefe de gobierno impactó por sus criterios y formulaciones, dirigidas a desacreditar a Alianza País y su líder. Cuando se le preguntó si pediría asesoramiento a su amigo dejó claro: “El hizo su gobierno, yo haré el mío”. Ciertamente si algo no puede censurársele es que nunca engañó a la población que le regaló su voto. Siempre dejó claro que iría tras las alianzas y los consensos, incluso con enemigos declarados. Y en efecto, lo ha hecho. Lenín ha situado en puestos empresariales claves a enemigos políticos de Correa. Desde Abdalá Bucaram, sinónimo de corrupción, hasta Mauricio Rodas, quien llamó a la desobediencia y a la violencia en la segunda vuelta electoral.

Según opina el analista Pablo Ospina Peralta:

“El presidente está buscando reorganizar el ejecutivo buscando aliados por todos lados, a su derecha y a su izquierda, entregando el área productiva al sector empresarial, y casi toda el área social a intelectuales de izquierda; por tanto, el desplazamiento en la coalición gobernante no implica un giro ni a la derecha ni a la izquierda”.

Eso sí, bien errado está Lenin Moreno si cree que aliarse a elementos de la derecha los limitará de traicionarle, como sucedió con Michel Temer en Brasil a la mandataria legítima Dilma Rousseff, o que lo obliguen a que dicte medidas de corte neoliberal para pagar deudas fiscales, en una economía erosionada por la crisis petrolera y el gran terremoto del 2016.

Pero lo más que se le censura al actual presidente no es que no siga al pie de la letra la política de Correa, sino que como candidato de Alianza País, irrespetó los principios de la Revolución Ciudadana, dejando a un lado en la toma de decisiones a la alta dirección de ese partido. Por eso una considerable parte de sus miembros no lo aceptan y lo acusen de traidor. “Vamos a fortalecer la Revolución, pero eso también significa hacer una depuración ¡La traición no puede estar en nuestras filas!", escribió Rafael Correa en su cuenta de Twitter.

Esta alianza con la contra puede haber sido un plan premeditado de Moreno con la oligarquía empresarial; o quizás no, y solo se trate de querer ampliar el diapasón político, ya que ganó con un porcentaje apretado en segunda vuelta electoral, y un golpe de Estado pudo estar en la agenda de la derecha. Como también cabe la posibilidad de que no estuviese de acuerdo con Correa y se lo calló hasta tener el poder para cambiar postulados y buscar el respaldo mediante una consulta popular.

La dirigencia leal al ex presidente asegura que la pelea entre ambas figuras políticas está en el trasfondo de la detención del vicepresidente Jorge Glas, acusado de corrupción en el escándalo Odebrecht. Además, Moreno pretende modificar la constitución de 2008 que garantiza la elección indefinida, de eliminarla, sacaría a Correa del ring político, pues no podría postularse en el 2021, una vez que se cumpla el actual mandato. Según ha manifestado busca incluir una cláusula que prohibiría que un implicado en casos de corrupción pueda ser elegido, lo que limita también a Glas. La Ley de Plusvalía, que impone un tributo a la ganancia especulativa de la tierra para la construcción es otro de los puntos a votar en la consulta popular convocada para el próximo mes de febrero.

La convocatoria comprende a 13 072 108 ciudadanos, los que sufragarán en 1566 recintos comiciales de la nación y otros 21 del exterior. Al país centroamericano viajarán 110 observadores internacionales, entre ellos una delegación de la Unión Europea.

En tanto, los medios de comunicación hacen zafra de una disputa no imaginada que les crea un escenario doble y propicio: construir adhesión para Lenín Moreno y para ellos mismos. Han formado un binomio que por el momento fluye. Eso sí, con un precio. Los medios se preparan para recordarle a Lenín Moreno que tendrá que revisar la Ley de Orgánica de Comunicación una vez que pase la consulta popular.

La pugna está sobre la mesa. El futuro de Ecuador es incierto. Solo hay una certeza: la Revolución Ciudadana de Correa no tiene continuidad en la figura de Lenín Moreno. Son figuras irreconciliables. El camino de Moreno está cada vez más alejado del correísmo, en contenido y en forma. La agenda es otra y los aliados también. La principal desventaja de Correa es que está por afuera, aunque todavía controla algunos resortes institucionales y puede tener la capacidad de capturar demandas no resueltas. Aún tiene poder para incidir en la agenda política del país.

En materia política no siempre la suerte está echada, y Ecuador ha demostrado que no todo acaba en una elección. Tras una victoria, puede llegar otro capítulo.