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sábado, 13 de enero de 2018

El hombre capaz de predecir terremotos

Por G_nkerbell

Cruz-Atienza es actualmente el jefe del Departamento de Sismología del Instituto de Geofísica en la Universidad Nacional Autónoma de México. Prácticamente toda su vida académica gira en torno de los sismos, un tema que le apasiona desde el terremoto del año 1985 que sintió cuando era apenas un niño. El movimiento devastó a la capital mexicana, pero más allá de los daños en los que se suman la muerte de unas 2.000 personas, lo que más le atrajo fue precisamente la complejidad de comprender la vida interna de nuestro planeta. Esa pasión le llevó justamente a diseñar, junto con sus compañeros del Instituto, un modelo para intentar entender el comportamiento de la energía en los movimientos telúricos. El resultado fue bastante distinto a lo que varios sismólogos y expertos en geología pensaron durante décadas, especialmente en el caso de la Ciudad de México.

El científico Víctor Cruz-Atienza es, quizá, el único mexicano a quien realmente le hubiese gustado sentir el sismo de magnitud 7,1 que dañó severamente algunas zonas de Ciudad de México el pasado 19 de septiembre. Esta afirmación pudiese parecer un poco contradictoria pero cobra sentido cuando nos enteramos de que en el año 2016 el investigador y su equipo pronosticaron que un fuerte movimiento telúrico se sentiría más y tendría una duración mucho mayor en las zonas alrededor de la cuenca lacustre donde se instauró la capital mexicana.

Por ese modelo que apareció publicado en un artículo, la revista Nature incluyó al investigador en el grupo de las diez personalidades que marcaron al año 2017.

Es el único ciudadano latinoamericano cuyo nombre se encuentra en esa privilegiada lista. Su trabajo fue considerado como un artículo profético porque el terrible 19 de septiembre el terremoto se comportó justamente como Cruz-Atienza había previsto.

Ese día el sismólogo se encontraba en los Estados Unidos aunque confesó que hubiese deseado estar en México, hubiera deseado poder sentir esa sacudida desde luego en un lugar a salvo.

Cruz-Atienza es actualmente el jefe del Departamento de Sismología del Instituto de Geofísica en la Universidad Nacional Autónoma de México. Prácticamente toda su vida académica gira en torno de los sismos, un tema que le apasiona desde el terremoto del año 1985 que sintió cuando era apenas un niño.

El movimiento devastó a la capital mexicana, pero más allá de los daños en los que se suman la muerte de unas 2.000 personas, lo que más le atrajo fue precisamente la complejidad de comprender la vida interna de nuestro planeta.

Esa pasión le llevó justamente a diseñar, junto con sus compañeros del Instituto, un modelo para intentar entender el comportamiento de la energía en los movimientos telúricos. El resultado fue bastante distinto a lo que varios sismólogos y expertos en geología pensaron durante décadas, especialmente en el caso de la Ciudad de México.

La capital mexicana nació en el islote donde hasta el 1521 existía Tenochtitlán, a mitad del Lago de Texcoco. La cuenca fue desecada para construir las calles, iglesias, casas y edificios pero los sedimentos blandos del lecho se quedaron situados en la zona central de la capital. Allí ocurrieron los mayores daños en el año 1985 y desde entonces se pensó que el suelo de características arcillosas resistía menos la energía sísmica.

La teoría también destacaba que en áreas de suelo blando, más cercanas a la superficie, el movimiento de la tierra se prolonga por mucho más tiempo, y que es resultado del sitio donde se origina el sismo.

Pero el modelo presentado por Cruz-Atienza y su equipo tiene algunas variantes. El científico aclaró que la energía se propaga mejor en los sedimentos más profundos, donde el terreno es mucho más duro. Esto también prolonga el tiempo que dura el movimiento y por lo tanto provoca daños mucho más severos. En esencia afirmaba que los suelos blandos resisten mucho mejor los sismos intensos.

Justo lo que sucedió en septiembre pasado. Muchas casas y edificios que se derrumbaron se encontraban en zonas con suelo de transición, mezcla de terreno blando y duro.

Esto comprueba una parte importante del modelo del Instituto: la intensidad y duración de las sacudidas se debe principalmente a factores dentro de la propia Ciudad de México.

En un país como México donde todos los días ocurren varios sismos, casi todos imperceptibles, el modelo del Instituto permite comprender las razones del movimiento de tierra en cada región específica. Algo muy útil en la capital del país, vulnerable al choque de placas tectónicas en el océano Pacífico que han provocado varios de los sismos más devastadores de la historia de la nación.