Mejor no enojarnos…
No sabemos lo que decimos o cómo lo decimos y nuestros interlocutores, a veces temerosos, temen hasta respirar para no continuar molestando a la bestia que llevamos dentro… ¿Cuántas veces no hemos vivido o presenciado una situación similar? Cualquier argumento —la suegra, la pareja, el jefe, la situación económica, el estrés— podría ser la razón que nos lleve a estos límites que muchos estudiosos lo ven como una emoción primaria y natural experimentada alguna vez por todo el mundo, y que puede ser, incluso, una respuesta en términos de supervivencia.
Científicamente hablando, la ira es una emoción que desata una respuesta hostil e incómoda ante algo que la persona percibe como una provocación, una amenaza o un daño.
Agregan los estudios que suele ocurrir cuando uno siente que sus límites personales han sido o podrían ser invadidos.
Pero, veamos qué pasa y cómo reacciona nuestro organismo cuando llegamos a este estado.
En el primer exabrupto se suele activar la corteza orbitofrontal lateral del cerebro, un área generalmente asociada a la motivación y a procesos afectivos positivos.
Luego, también se nos moviliza el eje hipotalámico-hipofisaria-adrenal, una parte esencial del sistema neuroendocrino que controla las reacciones al estrés y regula las emociones.
El ritmo cardíaco y la tensión arterial se aceleran, la respiración se vuelve agitada e irregular, aumenta la producción de testosterona y disminuye la de cortisol, una hormona que se libera como respuesta al estrés.
La sangre comienza a fluir hacia las manos, aumenta la transpiración, el rostro se ruboriza, se tensa la mandíbula y se dilatan las fosas nasales. El cuerpo se prepara para la acción, por eso hay un claro lenguaje corporal que denota el enojo. Algo así como: “mejor que nadie me hable”.
Estos efectos pueden desencadenarse automáticamente, brotar sin que nos demos cuenta del momento en que se inicia y surgir sin que conozcamos la causa real que lo provoca, por lo que lo mejor es aprender a controlarnos porque somos solo nosotros quienes podemos aumentar esos efectos, mantenerlos o disminuirlos.
Estas técnicas de relajación sencillas son muy útiles para mitigar los sentimientos de ira, sobre todo la agresividad provocada por el estrés.
Respirar profundo es una de las mejores y más rápidas maneras de disminuir la intensidad del enojo. Mientras lo hacemos repitamos una palabra o frase que lo ayude a tranquilizarse, como “relájate”, “déjalo” o “cálmate”.
Busca un pasatiempo que sirva de relajante. La lectura, la jardinería, el escuchar música o cocinar, pueden ser actividades relajantes que nos desconecten de la situación de tensión.
Si puedes, imagina una situación bonita, agradable e ideal que te haga sentir muy feliz. Claro que ante un escenario complejo, se torna un poco difícil esta alternativa.