¿Ideas de moda, ideas descabelladas?
La renta básica universal se está poniendo de moda. Por poner dos ejemplos recientes: Carles Puigdemont y Benoit Hamon. El primero es el presidente de la Generalitat catalana, y para aprobar los presupuestos ha aceptado a la petición de sus socios anticapitalistas: una “renta garantizada de ciudadanía”. El segundo es el candidato a liderar el partido socialista francés – y parece que va a darle un buen sorpasso a Manuel Valls – también lleva, entre sus promesas electorales, una renta básica universal de 750€ para todos los franceses mayores de edad. En España, ¿sería viable una renta básica?
En primer lugar, definirla: una renta básica es un ingreso mensual que percibirían todos los mayores de edad sin tener en cuenta sus ingresos, si trabajan o no, o con quien viven. Es decir, para todos. Todos los que tienen papeles.
Para los partidarios de esta renta se resolvería la desigualdad social. Según un estudio de Oxfam Intermon, España es uno de los países con más desigualdad entre los ricos y los pobres. Defienden que, debido a la crisis económica, esta brecha se está agrandando y la calidad de los nuevos empleos, lejos de solucionar los problemas, es precaria y con unos sueldos mínimos que no cubren las necesidades vitales, tal y como denuncia el Consejo Europeo.
Además, añaden que las desigualdades sociales afectan directamente a la calidad democrática, alegando que “la pobreza mata a la democracia”. Y debido a que el capital existente es limitado, es a través de medidas políticas que ha de ser redistribuido. Con ello, los trabajadores serían más libres (a la hora de escoger un trabajo, por ejemplo), y la calidad de vida aumentaría. La cuestión es ¿dejarían de trabajar las personas con una renta garantizada? Unos dicen que no – y se apoyan en una encuesta de Red de Renta Básica – y otros dicen que sí.
Los que están en contra de la renta básica universal esgrimen, básicamente un gran argumento económico: la imposibilidad. Las arcas del estado ya afrontan suficientes pérdidas anuales como para añadir un gasto más. Y no es que sea un gasto insignificante, no. Si calculamos, por ejemplo, que cada mayor de edad recibiría un ingreso mensual de 650€, al cabo de un año tenemos un gasto de 273.000 millones de euros. Si lo comparamos con los gastos del 2016 (436.370 millones de euros), veremos que casi es la mitad. O sea: una renta básica se comería casi la mitad de los gastos del Estado.
La solución o bien aumentar impuestos (a la gente no le molaría la idea) o bien perseguir el fraude fiscal (que desde el inicio de la democracia se intenta, pero poco se ha conseguido). O bien aumentar los impuestos a los ricos, pero esos se van a paraísos fiscales. La realidad es que los ciudadanos ya percibimos del estado una “renta en la sombra”: el Estado del Bienestar, que cubre para nosotros servicios médicos, pensiones, educación, etc. Y si no fuese suficiente con esto – que en algunos casos no lo es – existe la renta mínima vital, una idea del PSOE para ayudar a aquellas familias que no llegan a fin de mes. Por supuesto, mucho más viable que repartir billetes a diestro y siniestro cuando hay personas que no los necesitan.