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martes, 12 de septiembre de 2017

El Aquelarre: el mito de las brujas.

Por Elizabeth Almeida

El aquelarre, también conocido antiguamente como sabbat, existía ya en las creencias religiosas precristianas pues los actos de invocación y adoración al díscolo Lucifer se daban en el paganismo antes de Cristo. Como su probable inventor, señalan al inquisidor Juan del Valle Albarado. Sin embargo, si analizamos el más antiguo sinónimo se aquelarre, sabbat, podemos encontrar una historia a la par de interesante. En este caso, su significado más oscuro se relaciona con los antiguos prejuicios antisemitas. Dado que la religión judía santifica el Sabbat, que es el séptimo día de la semana en el calendario hebreo, como jornada de descanso necesario, algunos gobernantes cristianos de la antigua Edad Media buscaron vincular este asueto prescrito por el judaísmo con la actividad satánica y las acciones de brujería. 

Las historias y leyendas que rodean a las famosas brujas son comunes para numerosas naciones del viejo continente e incluso en algunas partes de América. Desde las conocidas brujas de Salem hasta las bachees de la literatura inglesa, las brujas han ocupado una parte importante del imaginario popular y han rodeado de misticismo muchos eventos que hasta el día de hoy no tienen explicación. Algunos términos que usamos en la actualidad están profundamente ligados a estos peculiares personajes y ahora te proponemos descubrir un poco más sobre los mismos.

Aquelarre es un término castellano que se deriva a su vez de la voz vasca akelarre, que significa prado del macho cabrío, pues en la antigüedad se pensaba que el Diablo se hacía presente en medio de las brujas bajo la forma de ese peculiar animal y en ese lugar exacto. Por eso, en origen denominaba exclusivamente el sitio en el que supuestamente las brujas celebraban sus temibles rituales satánicos. Con el paso del tiempo, la palabra se asimiló al idioma castellano y, por extensión, acabó por hacer referencia a cualquier agrupación o reunión de brujas y brujos con el objetivo de ejecutar  ritos, hechizos o conjuros, con independencia de dónde se lleve a cabo los mismos.

El aquelarre, también conocido antiguamente como sabbat, existía ya en las creencias religiosas precristianas pues los actos de invocación y adoración al díscolo  Lucifer se daban en el paganismo antes de Cristo. Si hemos de confiar en la veracidad de las actas acusatorias de la Inquisición que se conservan en la actualidad, la época de máximo apogeo de los llamados aquelarres en España tuvo lugar en el período que comprende los finales de la Edad Media y los principios del siglo XVIII, aunque el término en sí parece haber sido acuñado a principios del siglo XVII. Varios estudiosos de la brujería como Mikel Azurmendi, G. Henningsen y Anna Armengol defienden que la palabra no procede de un vocablo vasco ancestral, como se cree, sino que se trató de una pensada construcción culta, emanada del lenguaje jurídico  propio de esa época.

Henningsen incluso intentó precisar la fecha aproximada de su creación y el nombre de quien la inventó por lo que afirma que tuvo sus orígenes entre el 14 de febrero de 1609, en que el Tribunal de Logroño recoge un nuevo grupo de presos de Zugarramurdi, y el 22 de mayo de ese mismo año, en que la palabra aparece por primera vez escrita en las actas. Como su probable inventor señalan al inquisidor Juan del Valle Albarado. Sin embargo, si analizamos el más antiguo sinónimo de aquelarre, sabbat, podemos encontrar una historia a la par de interesante.

En este caso, su significado más oscuro se relaciona con los antiguos prejuicios antisemitas. Dado que la religión judía santifica el Sabbat, el séptimo día de la semana en el calendario hebreo, como jornada de descanso necesario, algunos gobernantes cristianos de la antigua Edad Media buscaron vincular este asueto prescrito por el judaísmo con la actividad satánica y las acciones de brujería. A partir de entonces se le dio al término "sabbat" el sentido peyorativo de reunión para ejecutar prácticas demoníacas, lo que también conllevó a la acusación a numerosos practicantes del judaísmo de ser adoradores del Diablo.

Para apoyar esta difamatoria tesis, los cristianos afirmaban que la celebración de este día sagrado, que comienza desde el propio atardecer del día viernes hasta la aparición de tres estrellas en la noche del sábado, consistía en realidad en una reunión secreta de brujas y hechiceros en la que se consumaban sacrificios humanos y se acometían otra serie de prácticas censuradas por la ideología cristiana.