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lunes, 2 de octubre de 2017

La corrupción millonaria, al desnudo en el deporte universitario de EE.UU.

Por Miguel

El romanticismo detrás del supuesto “deporte amateur universitario” en Estados Unidos va cayendo, pedazo a pedazo, por los diferentes escándalos de corrupción que muestran claramente que, en el gran negocio que es el baloncesto y el fútbol americano colegial, con ingresos anuales superiores a los 700 millones de dólares y donde los entrenadores reciben contratos de siete cifras, sería ingenuo pensar que la elección que hace un atleta de un determinado representante, universidad o marca deportiva no está condicionada por abultadas cantidades de dinero. El más reciente hecho, develado por el FBI y que terminó en la detención de 10 personas, indica que el problema es muy serio y afecta a prestigiosos centros de altos estudios.

De acuerdo con la consultora Kantar Media, la NCAA ingresa como promedio anual cerca de 800 millones de dólares, provenientes, sobre todo, de la venta de los derechos de transmisión televisiva a las grandes cadenas. Tan solo este año, las televisoras Turner y CBS, que compraron esos derechos, generaron ingresos superiores a los 1200 millones de dólares, por la venta de espacios publicitarios a las grandes marcas.

Los entrenadores con más reputación en el baloncesto colegial (algunos incluso con experiencia en la NBA) reciben enormes salarios, como es el caso de John Calipari, de Kentucky, y Rick Pitino, de Louisville, quienes obtienen hasta más de siete millones por cada temporada. Esto contrasta con el hecho de que, según las leyes, ningún atleta vinculado a un programa universitario que compita en la NCAA puede recibir compensación económica antes o durante su carrera universitaria. Esto, como sabemos y la historia ha demostrado, es falso.

Después de dos años de investigación que incluyó a agentes encubiertos y grabaciones secretas, el FBI detuvo recientemente a 10 personas que estaban involucradas en una red de corrupción en el baloncesto colegial. De seguro lo más llamativo de esto fue que, entre los acusados, aparecían cuatro entrenadores asistentes: el ex-NBA Chuck Person, de Auburn, Lamont Evans de Oklahoma State, Emanuel Richardson de Arizona y Tom Bland de USC; además de Jim Gatto, un importante directivo de la firma Adidas, sobre quien pesa el cargo de pagar 100.000 dólares a la familia de un jugador que para que este seleccionara a una universidad con la que la empresa había logrado un acuerdo de patrocinio.

Esta noticia llegó a los titulares de todos los medios de comunicación; pero el escándalo fue más allá cuando la Universidad de Louisville decidió despedir al entrenador de su equipo de baloncesto, Rick Pitino (quien es miembro del Salón de la Fama del baloncesto y ha conquistado dos campeonatos nacionales), tras confirmarse que dicha universidad también estaba involucrada en el caso abierto por el FBI sobre fraude y corrupción en el reclutamiento de jugadores.

¿Cómo se estructuraba la red de corrupción en la NCAA?

Algunos agentes o agencias de representación sobornaban a los entrenadores con cifras que oscilaban entre 13 mil y 100 dólares para que estos utilizaran su influencia sobre los atletas y los convencieran de firmar con esos agentes, consejeros financieros o empresas de ropa deportiva cuando se convirtieran en profesionales. La “operación” también incluía, en ocasiones, pagos a la familia para “incentivarlas”. Las agencias sabían que las ganancias, una vez esos jugadores llegaran a la NBA, serían enormes, especialmente si analizamos cómo se han disparado los contratos en esa liga.

Según el director adjunto del FBI, William F. Sweeney, los arrestos realizados por esa organización deberían ser considerados como una advertencia para todos los que conduzcan negocios de este tipo en el deporte universitario. La advertencia, por supuesto, fue lanzada; pero, con tanto dinero de por medio, es poco probable que tenga oídos receptivos.