Un mundo mejor: la salud es lo primero
El mantra “antes se vivía mejor” no tiene mucho sentido si analizamos los datos detalladamente. A principios del siglo XIX las condiciones de vida en las familias no eran las mejores, lo demuestran los datos: el 43% de los niños fallecían antes de los cinco años. La mortalidad infantil no era un problema exclusivo de los países subdesarrollados, sino que era una consecuencia de la pobreza generalizada en la que vivía la mayor parte de la población, Europa y Estados Unidos inclusive.
Contrariamente a lo que se podría pensar, los avances en el campo de la medicina no han sido la principal causa de la disminución de la mortalidad, sino la mejora de las condiciones de vida. La salubridad de los hogares mejoró, por lo que las infecciones disminuyeron drásticamente, y los buenos hábitos alimentarios, que se consiguieron gracias al aumento de la producción en el sector agrícola y el comercio marítimo, influyeron positivamente en la salud de las familias. Todo ello vino con un plus sorprendente: la mejora en la calidad de la nutrición nos hizo más listos… y también más altos.
Si bien la medicina no fue la causa primera, también jugó un papel importantísimo: los avances científicos permitieron el estudio de las enfermedades y la producción de medicamentos, como los antibióticos y las vacunas. Cabe destacar el descubrimiento de la teoría de los gérmenes, que convenció a la comunidad médica de que no se podía acudir a un parto sin lavarse las manos después de una autopsia.
Gracias a un conjunto de circunstancias – la salubridad de las viviendas, la buena alimentación y el desarrollo de la medicina – la mortalidad ha caído en picado desde 1800. Ahora, la mortalidad infantil es de tan solo el 4,3%, consecuencia de la mejora en la salud pública, pues cada uno de nosotros beneficia si el vecino se vacuna y sigue las normas de higiene correspondientes.