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martes, 27 de junio de 2017

Olvidadizos… ¡pero más inteligentes!

Por ElizabethF.

Si creyó que el hecho de olvidar ciertos detalles era del todo una mala señal, reconsidérelo. Al menos eso es lo que nos indica un reciente estudio de dos investigadores de la Universidad de Toronto, publicado en la Revista Neuron, que sugiere todo lo contrario: recordar demasiado no es bueno. Sucede que la mayoría de las personas cree que tener una buena memoria significa que seamos capaces de recordar mayor cúmulo de información de forma clara durante extensos periodos de tiempo; a la vez que históricamente se ha asociado la incapacidad de recordar con un fracaso de los mecanismos del cerebro encargados de almacenar y recuperar la información.  

Este paradigma cambia, y “nuestros cerebros trabajan activamente para olvidar”, nos asegura el artículo de Paul Frankland, investigador en el Programa de Desarrollo del Cerebro e Infancia, del Instituto Canadiense de Investigación, y Blake Richards, asociado en el Programa de Aprendizaje en Máquinas y Cerebros.

Para ambos investigadores de la Universidad de Toronto el objetivo de la memoria no es en modo alguno transmitir la información más precisa a lo largo de los periodos de tiempo. Más bien su misión es otra: la memoria, solo aferrándose a información valiosa, orienta y optimiza entonces la toma de decisiones inteligentes.

En otras palabras, es fundamental que el cerebro se olvide de ciertos detalles irrelevantes y se concentre en esas cosas que ayudarán realmente a tomar decisiones en el mundo real, explicó Richards, uno de los autores.

Luego de revisar la literatura existente disponible sobre el recuerdo; y las más recientes investigaciones sobre el olvido o la transitoriedad, los científicos encontraron numerosas evidencias de estudios recientes, que hablan de la existencia de mecanismos que promueven la pérdida de memoria; y que estos son diferentes de aquellos que están involucrados en el almacenamiento de la información.

El olvido vendría a ser, de acuerdo con esta lógica, un componente tan importante de nuestro sistema de memoria, como los propios recuerdos; elementos que llevaron a Frankland y Richards a conformaron su argumento, de que la interacción que se produce entre recordar y olvidar en el cerebro humano, es un mecanismo que nos permite tomar decisiones más inteligentes, basadas en la propia memoria.

El debilitamiento o eliminación de las conexiones sinápticas entre neuronas encargadas de codificar los recuerdos es uno de estos mecanismos. Otro bien distinto, y que pudieron comprobar los autores en el laboratorio, es la generación de nuevas neuronas a partir de células madre.

Explican al respecto que, en tanto las nuevas neuronas se integran en el hipocampo, que resulta un área clave para la formación de los recuerdos, estas nuevas conexiones remodelan los circuitos del hipocampo y a su vez sobreescriben las memorias almacenadas en los mismos, lo cual las hace más difícil de acceder. Ello explicaría el por qué los niños, en los cuales los hipocampos están produciendo nuevas y nuevas neuronas, se olvidan constantemente de tanta información.

“El milagro” ocurriría de dos maneras. Una primera donde el olvido nos permite adaptarnos a esas nuevas situaciones, desechando “la información anticuada y potencialmente engañosa”, que de nada nos sirve en los ambientes cambiantes. “Es algo así como que si el cerebro está intentando lidiar con el mundo; y constantemente múltiples recuerdos conflictivos le plantean cosas, pues será más difícil tomar decisiones acertadas. La solución: olvidar.

La segunda manera en que “olvidar” facilitaría esta toma de decisiones es cuando nos permite generalizar eventos que ya ocurrieron a otros nuevos; un principio que en la inteligencia artificial se denomina regularización.

Se trata de que la memoria funcione de manera que crea modelos informáticos simples que van a  priorizar la información básica, y eliminar detalles específicos, permitiendo así una aplicación más amplia.

Si solo recordamos la esencia de algo frente a todo un conjunto de detalles, “ese olvido controlado” de detalles no esenciales, crea recuerdos simples más eficaces para predecir y afrontar nuevas experiencias.

Así que la próxima vez que olvide el nombre de esa persona que conoció la pasada semana, no sepa donde ubicó las llaves, o a qué anécdota del pasado—y  de la que obviamente formabas parte— se refieren tus amigos; piensa que en el cerebro, se escribe a veces recto con líneas torcidas. Y olvidar, aunque esta es una línea de investigación con mucho por andar aún, podría ser entonces una buena noticia.