Supercopa, un abismo entre Madrid y Barça
Que Cristiano Ronaldo, tras una solitaria semana de entrenamiento, haya retratado con un golazo a Gerard Piqué, rodado tras casi un mes de trabajo, habla muy claramente de las realidades actuales del Real Madrid y el Barcelona. Los merengues han instaurado su dinastía a golpe de títulos y nada parece afectarlos, ni una mediocre pretemporada ni la salida de jugadores con peso en el vestuario. Pasados los partidos amistosos, el Madrid ha vuelto a su dinámica más letal, golpeando en los choques que de verdad valen cetros. Los catalanes, en cambio, sufren la triste resaca por la salida de Neymar y, además, el nuevo técnico Ernesto Valverde no ha encontrado fórmula para dinamizar el juego del plantel con los hombres que tiene. En este punto, y a la espera de efectivos, solo Messi puede salvarlos.
Esa fue la sensación que dejó el choque de ida de la Supercopa de España, en el cual el Madrid sacó una importante renta al ganar 1-3 en el Camp Nou. Todavía muy lejos del juego exacto que los encumbró como bicampeones de Europa, los de Zidane se refugian en su pegada y, a todas luces, ese argumento es suficiente contra rivales con más cartel e historia que solidez en el presente. Un regalo en forma de autogol de Piqué y dos fogonazos en los últimos diez minutos dieron al Real el más preciado botín en el Ciudad Condal, donde los anfitriones, en su versión más fantasmagórica, deambularon casi todo el encuentro, rescatados solo por la voracidad de Luis Suárez, el genio eterno de Messi y la garra de Jordi Alba. El resto del plantel quedó a merced de un Madrid sin exceso de magia, pero muy resolutivo, extremadamente práctico y, sobre todo, muy cómodo en todos los registros que se manejaron en los 90 minutos.
Los merengues disfrutaron el desorden y los intercambios de golpes cuando el pleito se abrió, aupados por el regate y visión de Isco, y la conducción repartida de Kroos, Kovacic y Casemiro. Al contraataque, los de la capital pudieron percutir, y sus resultados no fueron del todo satisfactorios se debió a la apatía veraniega de Benzema y Gareth Bale, todavía de vacaciones. Tampoco se sintieron incómodos los merengues cuando el Barcelona controló la pelota, en gran medida por el partido excelso de un velocísimo Varane y un Sergio Ramos que poco a poco retoma su imagen imperial. Ellos contaron también con un aporte espectacular en las sombras de Kovacic, quien se pegó a Messi y limitó bastante al argentino. Justo cuando se lesionó el croata, titular de bandera tras una sanción de Modric de hace tres años, el Barça tomó aire y despegó, en gran medida lanzados por la entrada de Denis Suárez, quien tomó el puesto de Deulofeu, el peor de los catalanes y gran candidato a terminar agosto vistiendo otra camiseta.
En medio de ese juego tranquilo para el Madrid, se encontraron con el autogol de Piqué, un regalo al inicio del segundo tiempo con el cual los blancos extendieron a 67 su cadena de partidos oficiales marcando. De ahí en adelante, la urgencia rescató al Barcelona, que vivió sus mejores momentos y logró empatar por un penal no muy claro sobre Suárez que Messi transformó. Los azulgranas se acercaron a la puerta de Keylor e inquietaron, pero su ataque se diluyó en entradas sin éxito por el centro y desbordes tímidos por las bandas, más por la izquierda con Alba y Denis Suárez, porque en la derecha Aleix Vidal estuvo muy estático y su recorrido pasó la media cancha en contadas oportunidades. Con la superioridad en la posesión de los catalanes, el Madrid dio la impresión de recogerse y de conformarse con el empate, pero su poderío en la contra les permitía soñar con algo más. Cristiano Ronaldo, con un derechazo inapelable puso la diferencia y enseñó los músculos al Camp Nou, que no había parado de pitarlo. Sin camiseta, se ganó una amarilla y en poco tiempo se llevó otra y la expulsión por simular una caída en el área.
En este asunto particular se desnudaron otras carencias, pero del árbitro Ricardo de Burgos Bengoetxea. Su decisión en la jugada de Ronaldo estuvo bien a medias, porque no había penal en el duelo entre el portugués y Umtiti, que se trató solo de un choque sin malas intenciones por ninguno de los dos jugadores. Pero tampoco CR7 se tiró deliberadamente para merecer una tarjeta, que además era la segunda amarilla. El ariete corría en busca de la pelota y su último toque fue tras un paso muy largo que terminó por desequilibrarlo, y cayó. Como el 200% de los jugadores que caen en el área, Ronaldo pidió el penal, pero en su lugar cargó con una roja que le impedirá jugar la vuelta en el Bernabéu y tal vez otros choques de La Liga, porque luego empujó al colegiado. Para fortuna del Madrid, esa expulsión no significó una catástrofe, porque el Barça mantuvo su inoperancia a pesar de la ventaja y, además, Asensio remató la faena con un golazo por la escuadra que Ter Stegen siempre recordará. Con el 1-3, lo del Bernabéu puede ser un trámite, aunque a los azulgranas siempre les quedará Messi.