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miércoles, 13 de septiembre de 2017

Una costumbre fácil de crear

Por Janet

En los primeros meses de vida, los bebés prácticamente se la pasan dormidos. Terminando su primer año, a la mayoría les basta dormir antes y después de comer, además de su sueño nocturno; ya entre los doce y dieciocho meses abandonan espontáneamente el descanso de la mañana y al llegar a los dos años, no necesitan tantas horas de sueño. De hecho, a muchos niños de esta edad no les gusta dormir la siesta por tantas ganas que tienen de descubrir el mundo, sin embargo, la siesta continúa siendo fundamental para su crecimiento. Durante el sueño de la tarde se producen cambios fisiológicos que ayudan a los niños a recuperar la energía gastada por la mañana. Además, es muy útil para combatir el nerviosismo.

Sin la siesta, el día puede resultar muy largo para un torbellino de dos años. Aunque algunos niños prefieren dormir a media mañana, lo ideal es propiciar el descanso justo después del almuerzo. ¿Por qué? Pues resulta mucho más sencillo que les dé sueño, ya que al principio de la digestión se produce una ligera disminución del flujo sanguíneo hacia el cerebro mientras que aumenta hacia el estómago. Es una manera que tiene nuestro organismo de favorecer una absorción más rápida de los nutrientes, lo que provoca una ligera somnolencia. Seguramente te ha pasado. Además, se favorece el crecimiento.

El calor y los días más largos pueden alterar el ritmo de vida de los niños y hacer que no quieran tomar la siesta. No pasa nada porque un día o dos tu pequeño no quiera dormir, pero si la negativa continúa, toma en cuenta los siguientes consejos.

Procura que tome la siesta todos los días a la misma hora y que no sea demasiado tarde. La rutina es primordial para el cuerpo. Salvo situaciones excepcionales (si están enfermos o durmieron poco la noche anterior), es preferible que no sobrepase este tiempo de siesta o le resultará difícil conciliar el sueño nocturno. Su cuarto debe estar a media luz para ayudarlo a diferenciar el sueño diurno del nocturno, con una temperatura fresca que le dé una sensación placentera. No se trata de que hagas tu casa a prueba de ruidos a la hora de la siesta, pero sí conviene que estés pendiente del volumen de las conversaciones, de la tele o el radio. Quítale los zapatos y las prendas que estén ajustadas o le den calor. La comodidad a la hora de dormir es fundamental para tener un sueño reparador.

La clave es conseguir que perciba la siesta como un acto placentero y necesario para recuperar energía y seguir jugando cuando despierte. No debe interpretarla como un castigo o una forma de quitarlo de en medio para que no dé lata. Aunque es esencial que aprenda a conciliar el sueño por sí solo, cuando esté muy nervioso opta por acompañarlo durante un rato o seguir el ritual de la noche de forma, pero más breve: leerle un cuento, cantarle una canción... Cuando empiece a mostrarse relajado, retírate lentamente de él y deja la puerta de la habitación entreabierta para que sienta que sigues cerca. Seguramente te sacarán del apuro un día, pero no es aconsejable utilizarlas como un recurso habitual. El chantaje nunca es bueno.

Algunos niños pueden tomar la siesta en cualquier lugar, otros se sienten incómodos en cuanto se alteran sus hábitos. Cuando deban salir de casa, es buena idea que lleves algo que le resulte familiar, como su almohadita, su manta o un peluche favorito para que haga la siesta tranquilamente. En algunos casos, el rechazo al descanso diurno puede estar motivado por un exceso de sueño nocturno. Si sospechas que este es el problema, es recomendable intentar que el pequeño duerma menos por la noche y evitar las siestas que no sean a su hora.