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domingo, 1 de octubre de 2017

Hablemos de apellidos españoles

Por Yamy

Desde tiempos remotos el apellido fue importante porque ofrecía cierta información sobre el origen de las personas. Permitía saber cuáles eran sus antepasados, a qué se dedicaban, dónde vivían, incluso, sus señas particulares. Además, permitía presumir de acuerdo al linaje al que se perteneciera. De acuerdo con las estadísticas públicas, los diez apellidos más frecuentes de España son, en orden descendente, García, González, Rodríguez, Fernández, López, Martínez, Sánchez, Pérez, Gómez, y Martín. Como se puede comprobar a simple vista, de esta lista de diez, ocho son patronímicos terminados en “ez”, un sufijo que trae mucha incógnita y especulación porque aún no se tiene muy claro su significado en la lengua española, de modo que es tan común como extraño a la vez.

El apellido es el nombre antroponímico que posee cada familia y con el cual nos distinguimos todos. En la tradición occidental frecuentemente los apellidos tienen sus orígenes definidos como nombres de persona, nombres de oficios, nombres de características físicas, y toponímicos, o sea, nombres de lugares, ya sean aldeas, pueblos, ciudades, provincias, regiones, incluso países.

Un artículo en el sitio digital BBC explica que en otras lenguas como el inglés o el danés, el apellido también se forma con el uso de sufijos. Por ejemplo “son”, de Jackson, o “sen”, de Andersen, significan literalmente “hijo”, en inglés y danés, respectivamente. Sin embargo, la diferencia con la terminación “ez” radica en que, aunque también se aplica como “hijo de”, la partícula en sí es un misterio.

El genealogista y presidente de la Asociación Hispagen, Antonio Alfaro de Prado, explica que el apellido es una de las señas de identidad más grandes que tenemos las personas. Y aunque anteriormente servía para informar quiénes éramos y a qué familia pertenecíamos, el especialista reconoce que en la actualidad ya no funciona así y resulta absurdo, pues el apellido es totalmente heredado y no define al individuo como tal. Pero no siempre fue de esa manera.

Al inicio de los tiempos el apellido surgió por la necesidad práctica de poder diferenciar a una persona de otra según su oficio, dónde vivía o su aspecto físico. Y por ejemplo, si en un poblado de España había dos hombres llamados José, para poder distinguirlos se le agregaba a continuación su profesión (Zapatero, Herrero), su lugar de origen (Navarro, Trujillo), o alguna característica física o de personalidad (Calvo, Bueno). Luego con la conquista de otros mundos los apellidos patronímicos españoles se esparcieron por las Américas.

Los expertos indican que a partir del siglo XIII, el recurso más extendido en España fue dar el nombre propio seguido del paterno, con el sufijo “ez” como agregado. Esto quiere decir que una persona llamada José Fernández podía ser identificado como el hijo de Fernando, Rodríguez como el hijo de Rodrigo, y Sánchez como el hijo de Sancho. Hasta ahí está muy bien, pero lo extraño del asunto es que, en español, “ez” por sí sólo no tiene significado propio, como sí es el caso de “Jackson” y su partícula “son”, que en inglés sí significa “hijo”.

El investigador genealógico afirma que si se compara con los apellidos de otros países de lengua romance, como Francia, Italia o Rumania, los únicos que utilizan esa terminación son los de la península Ibérica. En el blog de Heraldaria, una empresa española dedicada a la investigación heráldica en el mundo hispano, se manifiesta que algunos investigadores lo han atribuido a una supervivencia del genitivo latino “is”, con valor de posesión o pertenencia; pero otros opinan que se trata de un sufijo de origen prerromano. Por otra parte, algunos estudiosos consideran que el sufijo “ez” es un préstamo del vascuence que se extendió desde el reino de Navarra hacia el norte de España, y citan como ejemplo ilustrativo al rey de Navarra García Íñiguez, quien heredó el trono de su padre, Íñigo. Igualmente, como en español se usa “ez” y sus variantes (como Muñoz), el idioma portugués también tienen sus propios apellidos patronímicos similares terminados en “es”.

El enredo de significados es tal, que debido a la función original de los apellidos, un hombre llamado Hernando Álvarez, (Hernando el hijo de Álvaro), podía tener un hijo y apellidarlo Hernández, como su padre; también podía elegir Álvarez, por el abuelo, o, por si fuera poco, también podía ponerle Bosque si vivía al lado de una zona poblada de árboles, o Rubio por su color de pelo. Las posibilidades eran tan amplias como permitiera la imaginación, y un dato curioso es que, incluso, los hermanos podían tener apellidos diferentes. Una locura.

Fue aproximadamente en el siglo XV cuando los apellidos comenzaron a heredarse y, de ese modo ya se podían identificar a las familias, despojadas de cualquier toque personal. Pero es por la falta inicial de normas en la adopción de apellidos y la popularidad de los patronímicos que se ha hecho muy dificultoso el trabajo de los genealogistas en el mundo hispano.