Robin Williams, el payaso triste
El 11 de agosto de 2014 el mundo quedaba impactado con la muerte de Robin Williams. El “payaso triste” había dejado de sonreír y la gente, que no se acostumbra a que la muerte aparece cómo y cuándo se le antoje, se deshizo en rumores y atizó la polémica. Su suicidio fue la carnada mediática del momento. Nadie permaneció ajeno a la muerte, a los 63 años, del actor merecedor del Óscar por Good Will Hunting. Unos días antes, 21 de julio de cumple para Robins, se le situaba visitando un centro de adicciones en Minnesota. Este de 2017, cumpliría 66 el hombre que dicen reía para esconder el llanto.
Septiembre, 2016: Susan Schneider, viuda de Williams dirigía una carta a la revista Neurology en la que explica desde una perspectiva más humana que científica, la demencia con cuerpos de Lewy (DCL), enfermedad o síndrome degenerativo y progresivo del cerebro que llevó a su esposo a cometer suicidio. Schneider le llamó terrorista. El terrorista dentro del cerebro de su marido. Y no es para menos. El terrible padecimiento le costó la vida a uno de los mimados de Hollywood. Pero más allá del dolor, quedó la celebración del hombre, la valentía de su lucha contra el rol más difícil que le tocase interpretar, como bien lo definió su compañera de vida. “No solo perdí a mi marido, escribía una conmovida Schneider, también a mi mejor amigo. Cualquier obstáculo que la vida nos lanzó individualmente o como una pareja era de alguna manera superable porque nos teníamos el uno al otro”.
Algunos medios recordarán que Robin Williams murió trágicamente a los 63 años, habiendo participado en un centenar de películas en casi cuatro décadas de carrera. También que consiguió un Oscar al mejor actor de reparto y tres candidaturas como mejor actor principal. Son solo números fríos que no importan. Nada dicen. Otros tirarán de su “faceta” política y recordarán cómo el querido actor protegió su imagen en el testamento. Este 21 de julio, y todos los que vienen ¿por qué no? mejor sería perpetuarlo en la sabiduría de “El Club de los Poetas Muertos”, en el curioso “Peter Pan” de Spielberg, en la arriesgada niñera de “La Señora Doubtfire”, en el gesto tierno con Christopher Reeve cuando se convirtió en un doctor ruso solo para hacer reír al compañero de actuación y amigo que atravesaba amargas horas. Robins Williams dio una lección de vida, más allá de agosto de 2014. Una de las citas más recordadas del profesor Keating, en el “El Club de los Poetas Muertos” es la que nos devuelve a lo importante, la que nos echa en cara que los días no volverán repetirse, “para que un día no lamentemos haber malgastado egoístamente nuestra capacidad de amar y dar vida.”
El 21 de julio de 1951 cuando Laurie McLaurin dio a luz en el St. Luke's Hospital de Chicago, no podía imaginar que mucho tiempo después su hijo le atribuiría a ella parte de la culpa por su inicial desarrollo del sentido del humor. En Inside the Actors Studio, una confesión: Williams trataba de hacer reír a su mamá para llamar la atención. Una revelación que quizás marcó su vida y lo convirtió, más que en el “payaso triste”, en el hombre actor que logró una empatía casi mística con todos, en la risa a pesar del llanto. A sus 66 años, el Carpe diem, es el mejor homenaje que todos podemos hacerle.