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sábado, 5 de mayo de 2018

Ramsés Henao, el colombiano que quiere ser sepultado como un faraón

Por Leo

Ramsés Henao, el notario de Chigorodó, un municipio de Colombia localizado en el departamento de Antioquia, a unas 15 horas de viaje de Bogotá, lleva, orgulloso, un nombre de faraón gracias a la curiosidad de su padre. El espíritu de devoción no se limita al nombre, pues de su cuello cuelga una cadena plateada y gruesa con un medallón en forma de cabeza de faraón como adorno, la cual constituye solo un ejemplar de los múltiples motivos egipcios que completan su colección: el plato de Tutankamón, un cuadro lleno de jeroglíficos, un bastón con forma de serpiente. No obstante, el elemento más llamativo de la colección es un sarcófago enorme que él mismo mandó a construirse, y que piensa utilizar el día en que muera.

Ramsés Henao, el notario de Chigorodó, un municipio de Colombia localizado en la subregión de Urabá, en el departamento de Antioquia, a unas 15 horas de viaje de Bogotá, lleva, orgulloso, un nombre de faraón gracias a la curiosidad de su padre. Probablemente en el mundo hispano haya muy pocos Ramsés, de ahí que tenerlos por nombre sea considerado una rareza.

La fascinación de su padre no se limitó a Ramsés, ya que a su segundo hijo le puso como nombre Osiris, quien, entre sus muchas atribuciones en el Antiguo Egipto, incluye el ser considerado el dios de la resurrección, símbolo de la fertilidad y regeneración del Nilo, de la vegetación y la agricultura, al tiempo que preside el tribunal del juicio de los difuntos en la mitología de este país de cultura milenaria.

En el caso de Ramsés, el espíritu de devoción trasciende del nombre, pues de su cuello cuelga una cadena plateada y gruesa con un medallón en forma de cabeza de faraón como adorno, la cual constituye solo un ejemplar de los múltiples motivos egipcios que completan su colección personal y se encuentran distribuidos a lo largo de la casa: el plato de Tutankamón, varias cabezas de Osiris, Anubis y Horus, un cuadro lleno de jeroglíficos y un bastón con forma de serpiente.

Sin embargo, como recoge la BBC en su versión digital, el elemento más llamativo de la colección de arqueólogo aficionado no son los miles de suvenires que ha ido acumulando en estos años, sino un sarcófago enorme que él mismo mandó a construirse, y que piensa utilizar el día en que muera, para que lo velen ahí durante varios días.

En Chigorodó lo conocen todos los vecinos. Allí nadie más se llama como el tercer faraón de la decimonovena dinastía egipcia, Ramsés II, quien se mantuvo en el poder seis décadas hasta el año 1213 a.C., fue el gran triunfador de la primera batalla documentada de la historia y uno de los gobernantes "estrella" del imperio, que ha dejado tras de sí numerosas huellas para hacer las delicias de los historiadores.

El Ramsés de la actualidad, y protagonista de esta historia, después de graduarse de abogado en Medellín y de trabajar como fiscal en una de las zonas más violentas de Colombia en los 90, decidió que su carrera sería la de notario. En el año 2004, entre firmas de certificados de defunción en su oficina de Chigorodó y noticias de conocidos que fallecían víctimas de la violencia, comenzó a pensar en el tema de la muerte, en su propia muerte.

Según comenta a la BBC, tenía la idea en la cabeza desde hacía rato y una vez que viajó a Estados Unidos, en una de esas revistas que había en los aviones, vio que vendían un sarcófago de un faraón tamaño natural. Ahí fue cuando comenzó todo, pues pensó que la mejor manera era “que me velaran así, como a los antiguos reyes de Egipto", dice. Una vez que consultó el precio en la revista y se dio cuenta de que comprar el curioso ataúd e importarlo desde Estados Unidos hasta Colombia le iba a costarle una fortuna, optó por hacerse de un sarcófago Made in Colombia. Por ello, se comunicó con Leonardo Estrada, un artesano local de fama por el lugar, que se comprometió con la tarea.

Estrada fue hasta la selva, cortó un tronco de un árbol que se llama caracolí y se lo llevó hasta Chigorodó, relata Ramsés, quien también recuerda que durante meses, el artesano iba de manera ocasional a la oficina del notario, lo hacía acostarse en el suelo sobre una lámina enorme de papel y le tomaba las medidas del cuerpo. Hasta que Ramsés perdió la paciencia.

En un primer momento el carpintero le dijo que demoraría unos seis meses en tener listo el artefacto, pero pasaron unos tres años, y nada, hasta que el cliente pidió que se le entregara como estuviera. Así, recibió un molde de madera al que le faltaban los típicos colores dorados brillantes y las incrustaciones de lapislázuli que recibían los reyes de Egipto en sus cajones para el descanso eterno.

La tradición de poner nombres egipcios no terminó en Ramsés y su hermano, sino que a su descendencia el primero los llamó de similar manera. Al varón lo llamó Seti Keops, la unión de los nombres de uno de los hijos de Ramsés I, el faraón, y Keops; y a su hija, Mayet, nombre que los egipcios daban a la diosa de la verdad, la justicia y la armonía cósmica. Con ellos dos y sus vinilos de colores del colegio, le puso los puntos finales a su morada final, ese enorme féretro de más de dos metros de altura y 70 kilos de peso que se encuentra de pie en mitad de la sala de su casa.

Por el momento, Ramsés no está seguro de que querer que lo entierren en el sarcófago. Le gustaría que se quedara aquí, en la casa, para que sea algo que le recuerde a la gente quién era él, dice. No obstante, abre el cajón tallado de madera para demostrar que cabe allí adentro, y, por unos instantes, desaparece, y, por esos instantes, es el faraón de Chigorodó.